No quiero, de ninguna manera, justificar una muerte por una situación imposible de sobrellevar, pero sí queremos hacer llegar el testimonio de muchos cuidadores que están viviendo una situación semejante a la del hombre que mató a su mujer enferma de Alzheimer.
He podido comprobar que la mayoría de enfermos de Alzheimer, sobre todo cuando se trata de matrimonios de edad avanzada, están al borde del colapso y las intenciones suicidas aparecen con frecuencia. Después de varios años de vivir y sufrir esta enfermedad, el cuidador se siente desbordado. Las noches sin dormir, la hiperactividad del enfermo y la soledad por el alejamiento de familiares y amigos acaban originando estrés, agotamiento y tristeza, que poco a poco van haciendo mella en él. Si a todo esto le añadimos el agravante de que el cuidador tiene 83 años, no recibe ningún tipo de ayuda externa, y necesita que le cuiden a él, la vida diaria se convierte en una pesadilla. El drama del señor Vicente L. B. ha sido, desgraciadamente, el claro reflejo de la angustia y la desesperación, que nos obliga a reflexionar sobre el actual sistema sanitario, social y familiar.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 26 de octubre de 2002