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Los dos presos que mataron en la cárcel al asesino de ancianas le asestaron 113 puñaladas

Los reclusos insisten en que vengaron a las víctimas de Rodríguez Vega según la 'ley de la cárcel'

José Antonio Rodríguez Vega, el asesino de ancianas de Santander, y los dos presos que el jueves le asestaron 113 puñaladas (30 en el pecho) en el patio de la prisión de Topas (Salamanca) habían estado durante dos años juntos en el penal de Dueñas (Palencia), sin que entre ellos hubiera problemas. Enrique V. G. y Daniel R. O. aseguran que cometieron el crimen porque sus convicciones de presos bragados les hacía insoportable compartir el patio con un violador de ancianas y porque Rodríguez Vega, de carácter narcisista, se había pavoneado ante ellos de sus crímenes, según fuentes penitenciarias.

Rodríguez Vega, condenado a 440 años por la violación y asesinato de 16 ancianas en Santander entre 1987 y 1988, había pasado por 11 prisiones, en las que siempre mostró cierto acercamiento hacia los funcionarios, un comportamiento repudiado entre los presos. En noviembre de 1998 fue llevado a la cárcel de Dueñas, en la que permaneció hasta junio pasado.

Enrique V. G. y Daniel R. O. habían estado en ese penal hasta finales del año 2000, cuando fueron trasladados al módulo de primer grado y control directo de Topas. Durante prácticamente dos años, los tres coincidieron en Dueñas, "pero no consta que hubiera nada entre ellos, ya que las peleas o incidentes entre presos se ponen en su historial para que no coincidan más y no haya problemas", según informaron fuentes de Instituciones Penitenciarias.

El asesinato de Rodríguez Vega comenzó a fraguarse cuando llegó a Topas, el pasado 22. Los presos que lo mataron ya disponían de los dos pinchos con los que lo abatieron: uno fabricado con un trozo de un vierteaguas de metal de sección en uve arrancado de una ventana, con una empuñadura protegida con tela, y el otro, elaborado con un trozo de sierra.

La información reservada que ha abierto la Dirección General de Instituciones Penitenciarias pretende averiguar cómo llegaron los pinchos al patio, ya que al salir y entrar los presos pasan por un detector de metales, se les cachea y sus celdas son revisadas. Hay dos hipótesis: que les tiraran los pinchos por encima del muro o que lo introdujeron dentro de un cartón de leche, cuyo interior está forrado de metal.

Sobre las 11.15 del jueves, los dos asesinos se acercaron a Rodríguez Vega. Le hablaron de Dinio y Marujita Díaz, según fuentes de la investigación. Felipe M., otro preso retornado a primer grado por un incidente carcelario, le asestó una pedrada y se retiró. Enrique y Daniel comenzaron a acuchillar a Rodríguez Vega "con extremada violencia".

Fernando Sánchez, el abogado que los asistió durante su declaración en los juzgados de Salamanca, aseguró que "había mediado una provocación" del asesino en serie, quien se jactaba de que en la calle le esperaba mucha gente para que contara su historia a cambio de dinero. Efectivamente, Rodríguez Vega se había carteado con personas atraídas por el morbo criminal, pero la relación epistolar se había interrumpido tras escritos amenazantes del preso.

Uno de los cinco funcionarios de guardia salió al patio sin porra, casco ni escudo. Daniel se le encaró con el cuchillo al aire ("¿Qué quieres, defender a un violador?", gritó). Mientras, Enrique seguía acuchillando el cadáver con tal saña que incluso se detuvo a afilar la punta contra el suelo. Cuatro funcionarios estaban ya en el patio, recelosos de que el crimen fuera un ardid para sorprenderlos.

Ya desarmados voluntariamente, los dos presos aseguraron que habían hecho "un favor a la sociedad" al vengarse en nombre de las víctimas del asesino de ancianas, y que habían ejecutado la ley de la cárcel, según la cual por este crimen ascienden en la escala de respeto y miedo. Ningún preso intentó evitar el asesinato. Ayer, unas decenas de personas aplaudieron a Daniel y Enrique ante el juzgado de Salamanca. "He matado al mataviejas", se jactó el segundo.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 26 de octubre de 2002