No duermo desde que a raíz del atentado del night club de Bali, el mulà de Indonesia, Abu Bakar Bashir, declaró que las víctimas del atentado irían al infierno porque eran infieles, en cambio, cualquier terrorista kamikaze iría al cielo porque había actuado en nombre de Alá. No dudo que muchos dirigentes religiosos cristianos asumirán privadamente un maniqueísmo equivalente, pero ya pertenecen a la civilización del marketing y saben que hay que respetar lo religiosamente correcto, casi tanto como lo políticamente correcto o lo informativamente correcto o lo sexualmente correcto o lo dietéticamente correcto. Las religiones más instaladas y competitivas en el norte económico-científico-militar de la humanidad no tienen la libertad de discurso de que disponen las predominantes en el sur económico-científico-militar.
Así como el Papa actual, ya en su fase menguante, insinuó que el infierno no es lo que era y estableció la duda sobre su existencia, las religiones más dialécticas insisten en el infierno como el lugar donde vamos a ir a parar todos los infieles. Parecería recomendable en estas circunstancias replantearnos el agnosticismo, hasta el ateísmo y volver a una religión sin infierno y donde sólo puedes ir al cielo. Pero todo lo gratuito es caro y nadie vende duros a cuatro pesetas. Evidentemente hay gato encerrado en el desarme infernal católico y en el consiguiente rearme del cielo como destino único accesible desde el pensamiento único y el discurso único.
Si recordamos el abecé de nuestras primeras alienaciones religiosas, la promesa del cielo era abstracta y a la vez absoluta, porque significaba gozar por toda la eternidad de la contemplación de Dios que es Belleza, Bondad y Verdad. Ése era el prototipo de cielo anterior al Concilio Vaticano II, pero en los últimos 40 años el cielo ha concretado su diseño en algo así como un superhotel colectivo de lujo donde los españoles, por ejemplo, viviríamos toda la eternidad contemplando Operación Triunfo en compañía de los buenos, es decir, Franco, Escrivá de Balaguer, Torquemada, Carrero Blanco, los hermanos Creix, Isabel la Católica. Insisto. ¡Por toda la eternidad!
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 28 de octubre de 2002