La pérdida de Ernesto nos ha dejado, por encima de todo, sin un compañero. No seré yo quien diga que iba a llegar a la NBA o a jugar en la élite del baloncesto. Lo cierto es que el domingo jugábamos con un chaval de 20 años y ya no está. En mi larga carrera deportiva nunca me había tocado vivir una situación parecida. Sí, desde fuera llegué a ver situaciones muy dolorosas en otros equipos de alrededor. Cuando te toca de cerca, es otra historia. Pero, en cualquier caso, nada comparable con el dolor que debe sentir la madre y sus hermanos. Un abrazo solidario para todos ellos desde Logroño.
El domingo fue especial para nosotros. Nunca lo olvidaremos. Faltaban tres minutos cuando fallamos una jugada en ataque y vi a Ernesto en el suelo. Mi reacción fue cogerle de la camiseta y decírle: 'Arriba, que no han pitado nada'. Pero cuando noté que tenía que hacer demasiado esfuerzo para levantarlo me asusté. Entonces grité y se sucedieron los fatales acontecimientos. Estos cuatro meses de temporada estábamos conviviendo un joven de 20 años con todo el libro de la vida por escribir y otro, como yo, que ya he pasado por muchos tragos. Pero pocos como el del domingo. La vida había sido muy dura con Ernesto en los últimos meses. El fallecimiento de su padre fue un duro golpe. Pero la máxima expresión de su dureza estaba reservada para el domingo pasado.
Salva Díez, ex jugador del Barcelona, era compañero de Ernesto de la Torre.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 5 de noviembre de 2002