Mejor entonado que nunca se presentó Paco Ibáñez. En sus alforjas, los poemas de José Agustín Goytisolo, que no es poca cosa. No es que sea arte de la nada, pero sí, conseguido con elementos nada complejos: la sencillez de una melodía a la guitarra, una garganta gastada y una letra magnífica.Clásico entre los clásicos, Ibáñez canta ahora sin la urgencia de sus años juveniles. La rabia antigua se ha transformado en mesura. Pero ese hilo de voz que le queda consigue resultados quizá más emocionantes que antaño. En eso se empeña el cantautor. En recordar que nada está conseguido todavía, que ni la libertad ni la ilusión se dan por hecho desde que acabó la dictadura.
No hay nostalgia cuando Ibáñez pone a cantar al patio de butacas El Lobito bueno; más bien una autoridad moral, como en los estribillos de Me lo decía mi abuelito o Palabras para Julia, acaso sus tres recreaciones de Goytisolo más conocidas. Ocasionalmente el bandoneón añade sutileza al texto (Yo amaba aquella casa), el contrabajo solemnidad (Palabras para Julia) o el saxo ambiente real (El aire de los chopos).
Tras su revisión de Goytisolo, Ibáñez repasó a Alfonsina Storni, Alberti, Lorca, Góngora, Quevedo, Cernuda, Celaya, Neruda, Otero, Samaniego o Fanny Rubio, con recreaciones tan conocidas como Déjame en paz, amor tirano; Es amarga la verdad; Me gustas cuando callas; Quisiera esta tarde; Puedo escribir los versos más tristes esta noche; El prisionero...sin más ayuda que su guitarra. Volvió a invitar a cantar al público con Andaluces de Jaén y no tuvo más remedio que consentir que éste se arrancara sin freno con A galopar. El largo aplauso final dejó la sensación de que una generación olvidada, o por lo menos oculta en los últimos años, recupera su memoria colectiva. Sin nostalgias, se supone.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 6 de noviembre de 2002