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VICTORIA REPUBLICANA EN EE UU

Los demócratas afrontan una dura carrera a las presidenciales tras su fracaso en las urnas

El partido opositor debe hallar un candidato y una estrategia que haga frente al 'efecto Bush'

Y ahora, ¿qué? Los demócratas amanecieron ayer desorientados, perdidos en un nuevo terreno de juego en el que George W. Bush disfrutaba de casi todas las ventajas. Comparecieron ante los electores sin programa económico, sin alternativas a la estrategia presidencial de hacer la guerra contra Irak y sin liderazgo, y fracasaron. No pudieron superar el efecto Bush. 'El objetivo ahora son las elecciones presidenciales de 2004', anunció el presidente del partido, Terry McAuliffe -cuyo cargo es técnico, no político-, que fue el encargado de dar la cara en nombre del partido derrotado.

Sin embargo, antes de comenzar a preparar las presidenciales, los demócratas deberán renovar a sus líderes parlamentarios, hallar una estrategia de oposición, animar a unos electores desmotivados y encontrar un buen candidato.

McAuliffe señaló que la campaña electoral se había librado en un ambiente que les era desfavorable. "Los presidentes son muy populares en tiempos de guerra como los actuales, Bush se volcó en el apoyo a sus candidatos y los grandes grupos de presión, como la industria farmacéutica, proporcionaron grandes sumas de dinero a los republicanos", explicó. La incapacidad para definirse a favor o en contra de la reducción de impuestos patrocinada por Bush, y las dificultades para hacerse oír en los ultraconservadores Estados sureños, fueron otras de las razones invocadas por el presidente del partido. Las derrotas del ex vicepresidente Walter Mondale en Minnesota y de Jane Carnahan en Misuri resultaron, dijo, "especialmente dolorosas".

Por otra parte, los demócratas disponían de algunos argumentos para matizar la amplitud de la victoria republicana. Los votantes negros e hispanos no acudieron en masa a las urnas, pero cuando lo hicieron, se mantuvieron en el regazo demócrata. A falta de que la segunda vuelta en Luisiana, Bush sólo había recuperado, al fin y al cabo, la mayoría de un solo escaño en el Senado de que disponía en enero de 2001, cuando accedió a la presidencia, y que perdió por la deserción de un senador de Vermont, que, horrorizado por la derechización republicana, se había hecho independiente. Había ampliado su mayoría en la Cámara de Representantes, pero había perdido al menos un gobernador, quizá más porque faltaban votos por contar en Estados donde los demócratas disponían de ventaja.

Las victorias en Estados tan importantes como Illinois, Michigan y Pennsylvania permitían mantener esperanzas ante las elecciones presidenciales de 2004. Los gobernadores pesan mucho a la hora de movilizar votos. Bush, sin embargo, había obtenido dos victorias importantísimas, por su valor como símbolo y por su peso estratégico, en Tejas, su feudo, y Florida, el de su hermano. El avance del partido de Bush podía ser "una simple brisa, no un vendaval", como reconocía el senador republicano John McCain, pero allanaba el camino del presidente hacia la reelección. Más de la mitad de los estadounidenses seguían viviendo, tras el 5 de noviembre, en Estados republicanos, y esos Estados suponían 298 votos en el Colegio Electoral que elige al presidente.

Dick Gephardt, el líder de la minoría demócrata en la Cámara de Representantes, no ocultaba en los días previos al 5 de noviembre su intención de aspirar a la presidencia. Ayer anunció su dimisión pero evitó referirse a toda ambición presidencial. "Ha sido una noche muy dura. Está claro que no hemos podido superar el efecto Bush", comentó, por su parte, Tom Daschle, que pronto perderá su condición de líder de la mayoría demócrata en el Senado para convertirse, en el mejor de los casos, en líder de la minoría. "No sé si seguiré o no en el cargo; ésa es una decisión para el futuro", indicó.

La jerarquía de los demócratas en la Cámara alta está en entredicho y el mando parece al alcance de cualquiera. Incluso alguien como Hillary Clinton, una parlamentaria novata odiada por al menos la mitad de los estadounidenses, pero con audacia y el respaldo del ex presidente Bill Clinton, podría tener su oportunidad durante las turbulencias previsibles en los próximos meses.

"No hay que buscar explicaciones muy complicadas. La causa de que los demócratas hayan perdido es la popularidad de Bush", comentó David Mark, director adjunto de la revista Camping & Elections. Dan Glickman, director del Instituto de Estudios Políticos de la Universidad de Harvard, coincidió con ese diagnóstico: "Estas elecciones se convirtieron en un referéndum sobre la gestión del presidente Bush", dijo.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 7 de noviembre de 2002