Es comprensible que el Ayuntamiento de Madrid tome medidas para tratar de descongesionar el centro de la ciudad y disuadir a los conductores de coger el coche y utilizar el transporte público. Es comprensible que se endurezcan las multas contra los que abusan insolidariamente del poco espacio que hay para todos. Es comprensible que estas medidas agraden más a unos y menos a otros. Pero lo que es incomprensible es que sólo se contemplen medidas para castigar, para presionar al ciudadano hacia el uso de la red pública de transporte y ésta no se mejore realmente.
Yo trabajo en el centro, y en estos tres días tengo que decir que se ven más aparcamientos libres. Enhorabuena. Sin embargo, apenas quepo en el metro a las 8.45; hay momentos en los que espero al autobús en el intercambiador de Avenida de América hasta 15 minutos en hora punta de regreso. Tengo una hermana embarazada que no coge el metro porque se lleva codazos y empujones y se ve obligada a ir en taxi, con el gasto que supone.
Mi barrio, la Alameda de Osuna, lleva reclamando el metro desde los tiempos de Joaquín Leguina. Como usuario del transporte público y fiel cumplidor de la normativa municipal, pediría que, a la vez que se recauda se sanciona y se ingresa dinero por la imposición de limitaciones y castigos, se invierta para mejorar nuestro transporte público, que es claramente deficiente y en la mayoría de los casos no anima al ciudadano a olvidarse del coche.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 8 de noviembre de 2002