En el barrio de Alcobendas, donde vivo acompañado de 20.000 personas más, llamado El Soto y a sólo cinco kilómetros de la Puerta del Sol, el cartero sólo llega una vez al mes y con mucha suerte, dos. El encargado de los giros, reembolsos, certificados... no llama nunca y deja el consabido papelito blanco y amarillo que certifica que a la hora de autos no estabas en casa, aunque estuviera toda la familia en ese momento.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 9 de noviembre de 2002