El paseo otoñal que nos dimos Guillermo y yo la otra tarde por una céntrica avenida resultó más práctico de lo que había planeado. Mi hijo, que es un fantástico observador aunque lo disimule tras su aire distraído y anónimo, me cosió a preguntas a lo largo del trayecto. Comenzó por Santa Claus, en pleno noviembre y en mitad de la calle, no por instinto imaginativo, sino porque los comercios pregonaban ya la Navidad en espléndidos carteles de colores y hasta Papá Nöel, azuzando a sus renos, anunciaba desde un panel luminoso su próxima llegada. Después se puso existencial, incluso grave, y desplegó un largo interrogatorio acerca de un anciano que, echado sobre la acera junto a un tetrabrick de Don Simón y un mísero perrillo callejero, tocaba al clarinete El cóndor pasa en versión libre. Luego vinieron los semáforos, los números de la ONCE, los recreativos, la película de Spiderman...; y al final, concluyente, me interpeló sobre asuntos de Historia y de Gramática que exigían un comentario ilustrado por mi parte: 'Lo de Rómulo y Remo, papá, lo explicaron ayer; o la esdrújula, ¿qué te parece la esdrújula? La estamos dando en lengua y el viernes hay control...'.
La vuelta del paseo fue una síntesis, un apéndice de respuestas marcadas por la lógica y los buenos propósitos. Le dije que Santa Claus venía de Escandinavia y que tardaría en llegar. Le insistí en la virtud de la paciencia y en las cualidades del vino, embotellado o en tetrabrick, que tomado con moderación combatía las enfermedades cardíacas y hasta prevenía la demencia senil según acaban de anunciar unos médicos daneses. Después le hablé de la Historia y del péndulo, de los mitos, de esa joven noruega que ha salvado la vida de seis cachorros de dogo amamantándolos como a crías de su propia especie. Para concluir, repasamos la esdrújula y llenamos la tarde de árbitros y apóstoles, de políticos sarcásticos, acérrimos, patéticos y cómicos. Al final le prometí llenar esta columna de semejantes palabras y le animé a demostrarme sus dotes de observación y de sagacidad marcándolas con lápiz, como una sopa de esdrújulas en medio del otoño, como un juego, como un reto inocente y didáctico.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 14 de noviembre de 2002