Es Una casa de locos una película simpática, bonachona, premeditadamente candorosa, demasiado crédula y optimista, que juega con ligereza y nobleza a reinventar una Casa de la Troya europeísta, un piso de solteros en Barcelona en el que conviven y cruzan sus idiomas, educaciones, sensibilidades y culturas, siete estudiantes, chicos y chicas procedentes de Francia, Inglaterra, Italia, Bélgica, Alemania y España. Es un bonito y divertido tinglado con buena pinta de comedia colectiva juvenil, que adolece de toques de pincel angelical, pero que, pese a su irrealidad, se ve muy bien y crea solidaridad y comodidad en algunas escenas bien resueltas, que hacen olvidar los bobos juegos de imágenes aceleradas del arranque y dan paso a una decena de intérpretes estupendos, entre los que la estrella Audrey Tatou -anterior al enorme éxito de Amelie, que ya estaba rodada pero no estrenada- hace un curioso y bonito personaje telonero entre un grupo de excelentes colegas.
Una casa de locos
Dirección y guión: Cédric Klapisch. Intérpretes: Romain Duris, Audrey Tatou, Cristina Brondo, Cécile de France, Kelly Reilly y Federico d'Anna. Género: comedia. Francia-España, 2002. Duración: 120 minutos.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 22 de noviembre de 2002