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Crítica:

La guerra de los sexos

He aquí un intento de retorno del erotismo clásico. Menchu Gutiérrez no es la única en la pugna por reconstruir esa escena que parecía sustituida por la típica multiplicidad de voces y encarnaduras del sexo como performance, presente en mucha narrativa de los últimos treinta años. Así, en mayo de 2002 apareció la primera novela de Ana Prieto Nadal, La matriz y la sombra (El Acantilado), donde también se dibujaba, con mucha fuerza y con una explícita evocación de modelos y situaciones tradicionales, un repertorio amoroso plenamente reconocible.

La primera novela de Gutiérrez, Basenji (1994), narraba con singular talento el sufrimiento de un innominado farero, agobiado por ese exceso de presencia de sí mismo y de los otros que ostentan muchos héroes de novela moderna. Para intensificar el efecto, el farero mostraba también una susceptibilidad paranoica que se convertía casi en alucinación o delirio. En Viaje de estudios (Siruela, 1995), Gutiérrez empezó a despojarse de los indicios de lo fantástico y de lo visionario-patológico que, en parte, constituían Basenji. Ensayó entonces una ficción que desarrollase demostraciones de una paradoja o de un cul-de-sac lógico. Se trataba, como en las obras posteriores, de itinerarios muy esforzados, que demuestran una obsesiva insistencia en el trabajo sobre modelos narrativos complejos. Hoy existe un nuevo productor en la vida cultural: el novelista no letrado, que ingenua y torrencialmente acumula sucedidos de sala de dentista o de peluquería. Gutiérrez es todo lo contrario: sabe que debe dejar fuera muchas cosas y que su proyecto depende de una calculada combinación entre despojamiento léxico y presentación oniroide de su material. Porque sus escenas no son en realidad sueños, sino instantes en los que las causalidades clásicas de la ficción no son eliminadas, sino reducidas: "La compañía invisible parece curvarse para rodear su cintura un momento. Ella siente por primera vez un contacto físico con esa inquietante figura, que empieza a cobrar forma" (página 67).

LATENTE

Menchu Gutiérrez Siruela. Madrid, 2000 140 páginas. 15 euros

Después de La tabla de las mareas (1998) y La mujer ensimismada (2001), Latente reduce aún más el léxico y simplifica el desarrollo. Su asunto, elegantemente dispuesto, es una fenomenología del deseo que establece ocho aproximaciones a sus movimientos: la vida del deseo, el deseo como astro, su encarnación, su constelación, su sonido, su poder, sus palabras, su laboratorio.

Más que estar presidida por una visión, como Basenji, Latente está gobernada por una fantasía: no es una diferencia menor. La visión establece un nexo entre algo propio de un hipotético sujeto y un orden del que ese sujeto sólo participa aleatoriamente. La fantasía, en cambio, es inherente a la vida del sujeto y, por supuesto, a la gramática de su deseo: la escena básica es aquí más sencilla. Más que un encuentro entre dos seres -cualesquiera sea su identidad sexual, su género o su máscara- se trata del encuentro entre hombre y mujer, por decirlo con un lenguaje un poco en desuso. Gutiérrez lo presenta de manera paulatina, en cada uno de los fragmentos, incorporando a esta fantasía definitivamente nítida diversas variaciones en las que evoca metamorfosis clásicas: a veces, los cuerpos son humanos; otras veces no lo son del todo. Hay lomos, patas, garras, olores, exudaciones, cadáveres, extractos de perfumes, rituales de purificación y preparación. Por fin, hay ese encuentro. En ese encuentro, que es un movimiento afirmativo, Latente rescribe las novelas eróticas de entreguerras, con su exaltación orgástico-genital incluida. Al vincular esta novela con la de Prieto Nadal se puede ver que hay algo en ambas de interesante síntoma, de buscada y consciente recuperación de una tradición en apariencia olvidada. Así, en lugar de sostener el lugar vacío tras la máscara intercambiable del juego de sexos, Gutiérrez parece querer actualizar, literariamente, los términos de la proverbial "guerra de los sexos".

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 23 de noviembre de 2002

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