Hace años que soy lectora fiel de la versión en la Red de EL PAÍS. Conozco al dedillo el recorrido que solía hacer todos los días (excepto los domingos, pues compraba la edición en papel). Digo solía porque desde el lunes pasado ya no puedo acceder a la información como antes. Debo elegir entre pagar una suscripción por la módica suma de 0,20 euros al día o dejar de leerlo. Y mi decisión ha sido dejar de leerlo. Mi sensación inicial de irritación ha cedido y ha dado paso a una sensación de pena al comprobar que, una vez más, un periódico en la Red ha cedido a la tentación de ganar más dinero y perder, en consecuencia, un considerable número de lectores.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 24 de noviembre de 2002