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Crónica:

Figo se crece en la hoguera y Riquelme deja huella

Puyol, un motor de seis cilindros, 'atropelló' a Solari, Bravo y Roberto Carlos, mientras Kluivert y Raúl no tuvieron peso en el área

En su segunda aparición en el ruedo del Camp Nou vestido de blanco, Figo cambió por completo el guión. Lejos de taparse como hace dos años, el luso decidió ponerse de puntillas desde el primer suspiro. Comenzó valiente, copando mucho juego para sacudirse todos los fantasmas. Entró con fuego en el partido: a los 49 segundos recibió la primera falta -una zancadilla de Motta- y a los ocho minutos se ganó la tarjeta, por una entrada a su sorprendente marcador, Cocu. Cuatro minutos después lanzó, muy bien por cierto, su primer córner, una jugada que derivó en un remate de Cambiasso que desvió Bonano. Con el paso del primer tiempo se fue evaporando y apenas encaró a Cocu; puso al intermitente hacia el centro, donde se enredó demasiado junto a Guti y Raúl. La presumible mejor vía de escape del Madrid y el mayor suplicio para el Barça, la orilla derecha del ataque visitante, resultó un tránsito anodino de unos y otros. Se enchufó mucho mejor en el segundo periodo, aunque le faltó algo más de desborde. Curiosamente, su acción más punzante llegó justo antes de la interrupción, en medio de la gresca con los radicales culés. En el córner que precedió a la lluvia ácida desde la grada, Figo lanzó directamente a puerta, en búsqueda del éxtasis total, pero Bonano desvió la pelota. En un clima semejante, con una hostilidad sin parangón en la retrospectiva del fútbol español, poco más podía dar de sí el portugués. Con la hoguera a tope dio la cara, que ya era mucho ante semejante suplicio.

- Riquelme. Hizo de ancla entre Xavi y Kluivert. Jugó al paso, pero con mucho sentido, siempre al primer toque, asociándose con todos sus compañeros. En algunos momentos le faltó picante y le sobró ortodoxia, aspecto que quizá obedezca a los titubeos sobre su fútbol que proclama Van Gaal y a la falta de referentes por delante suyo -sólo Kluivert-. Las pocas veces que perdió la pelota, el Barça nunca quedó comprometido. Por si fuera poco las mejores ocasiones locales tuvieron origen en su rosca a balón parado: una peinada de Kluivert, un remate de Cocu en el segundo palo y un córner directo que le escupió el larguero con Casillas vencido.

- Xavi. Extraordinario, por encima de todos, compañeros y rivales. Manejó el partido con muchos galones: mandó, controló, distribuyó y robó. Dos jugadores en uno. Mezcló mejor su juego que de costumbre y adivinó a la perfección lo más conveniente en cada momento, cuándo se requería el trazo corto y cúando el largo. Gabri le escoltó muy bien, con la escoba a punto cuando el medio centro se lanzaba a la aventura. La pareja Xavi-Gabri barrió con creces al dúo Cambiasso-Makelele (éste, lesionado por una feísima entrada de Motta).

- Pavón. Superó con creces uno de los exámenes más complicados de su corta carrera profesional. Intuitivo en los cruces, contundente ante Kluivert y muy concentrado toda la noche. Que Roberto Carlos se contuviera más que nunca -ayer invisible en ataque y muy discreto en defensa- le alivió lo suyo. Muy bien secundado por Helguera, no tuvo un sólo desliz.

- Puyol. Un Cebada Gago. Se tragó a Solari, asustó a Roberto Carlos y tuvo gasolina suficiente para desarmar a Raúl Bravo. Obligó a Del Bosque a retirar a Solari y remendar la banda liderada por el canterano azulgrana. Su efervescencia es total, es un futbolista con seis cilindros, lo que encadila a la grada y disimula sus carencias técnicas. Pero es defensa y se le quiere para morder. Y lo hace como pocos: convierte cada jugada en un asalto definitivo.

- Raúl. Fuera de onda, subyugado por la gris actuación de sus socios en el medio campo. Le faltó una dinamo (Zidane) que le abasteciera y, aunque se esforzó como siempre, no estuvo en su salsa.

- Kluivert. Bien como boya, de espaldas a Casillas, pero corto de remate. Cuando el Barça se ahoga en la salida, el delantero holandés es la mejor solución. Abanica como nadie pelotazos llenos de pólvora. Su cruz es la segunda jugada, la que exige el remate, suerte que anoche apenas practicó.

- Casillas y Bonano. El primero sudó más que el segundo, tuvo bastante más trabajo. Correctos ambos, el madridista tuvo paradas de mérito -como su acción final ante un zurdazo de De Boer- y, una vez más, el juego aéreo le dejó un tanto en evidencia. Como a Bonano el juego de pies. Tiene las punteras roídas y cada zapatazo suyo es un tormento para su equipo.

- Mendieta. Más ruidoso que en jornadas precedentes, de nuevo estuvo algo confuso. Inteligente para tirar diagonales desde la banda hacia la posición de los centrales madridistas, le faltó tacto en los últimos metros. No está del todo fino y su toque no es lo delicado que debiera ser para un interior. Roberto Carlos apenas le exigió correr hacia su portería y Puyol le dio vida durante toda la noche. Aún así, el vasco sigue siendo una fotocopia algo borrosa del jugador que emigró a Italia con una etiqueta de gran estrella.

- Guti. No fue su mejor noche y estuvo tan pálido como Raúl. Con Ronaldo gripado, era su vuelta a la pasarela, de la que le bajó el brasileño cuando más apretaba el canterano. Muy alejado de Cambiasso y Makelele, no tuvo peso en la conducción del juego y fue un peso mosca en el área azulgrana.

- Roberto Carlos. Ausente, distraído, sin el carrete que tanto le distingue. Quizá cumpliera órdenes del banquillo para que no dejara huérfano a Pavón, pero se le vio demasiado apocado.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 24 de noviembre de 2002