Se presentó el líder, que lo es con todas las de la ley, en Vallecas, un campo "más difícil que el Santiago Bernabéu", que dice Karpin, y el Rayo Vallecano logró aguantar a su iluminado rival en un partido que tuvo momentos de buen fútbol, magníficos en el tramo inicial, pero en el que la puntería no hizo acto de presencia, por mucho que el equipo de Vallecas lo intentara en una primera parte más que decente y la Real Sociedad hiciera lo propio en la segunda.
RAYO VALLECANO 0 - REAL SOCIEDAD 0
Rayo Vallecano: Etxeberria; Mauro, De Quintana, Onopko, Graff; Julio Álvarez, Pablo Sanz (Camuñas, m. 85), Quevedo, Peragón; Michel; y Bolo (Bolic, m. 72).
Real Sociedad: Westerveld; López Rekarte, Jauregui, Schürrer, Aranzabal; Xabi Alonso, Boris; Karpin, Khokhlov, Gabilondo; y Kovacevic.
Árbitro: Undiano Mallenco. Amonestó a Pablo Sanz, Gabilondo y Karpin.
Unos 9.000 espectadores en el campo de Vallecas.
Dado que a su juvenil Rayo le estaba resultando dañina tanta timidez, sobre todo en la defensa, Fernando Vázquez, su entrenador, decidió rescatar a la vieja guardia, que llevaba tiempo pidiendo a gritos, en el sentido literal de la palabra, su turno, y la jugada no le salió del todo mal, lo que no debe extrañar teniendo en cuenta que en esta plantilla no hay mejores jugadores que, por ejemplo, Míchel, uno de los recuperados para la causa. Así que el técnico puso a Onopko atrás, donde está más tranquilo el hombre, siendo un futbolista más ducho en tapar agujeros que en el arte de la creación, y dejó el mando a los hasta ahora castigados Pablo Sanz y Quevedo. Conclusión: los que hasta Vallecas se acercaron vieron en el arranque al mejor Rayo de la temporada, ante un adversario, el líder, la Real, que demostró, a ratos, su condición de equipazo.
Fue pitar el árbitro el inicio del partido y el Rayo ya había disparado a puerta. En el saque de centro, Míchel lanzó un globo que se fue fuera, toda una declaración de intenciones. Instantes después era Peragón el que disparaba. El Rayo había arrancado a todo tren y la Real veía con sorpresa aquella marabunta que le llegaba por un lado, por otro, por el centro. Tremendo estuvo el Rayo aquel ratito, el mejor que se le recuerda. Pero se mantuvo entera la Real, un equipo de magnífico trazo. Aguantó el chaparrón y se fue estirando, tocando el balón y sin apelar, jamás, al pelotazo, por lo visto, una herejía en el equipo del francés Denoueix.
A aquel intercambio de golpes le faltó el gol, que pudo llegar en ambas porterías. El Rayo se defendió mejor que de costumbre, lo que no era precisamente complicado dados los antecedentes, y se agarró a la fantasía de Míchel para hacer daño en el ataque. Pero éste sólo encontró la compañía de Quevedo, que se pegó una paliza de cuidado y al que ayer, seguramente, sí le gustó la revolucionaria alineación que puso en liza su técnico. Al menos, él se sintió tan bien que hizo un partido bárbaro.
Sin embargo, la soledad de Bolo en el ataque, quien no tuvo una sola oportunidad, maniatado como estuvo por Jauregui y Schürrer, impidió que el buen fútbol del Rayo, intermitente, eso sí, pues este equipo se empequeñece cuando abusa del balonazo largo, obtuviera recompensa. La Real seguía encontrando las bandas, pero echaba de menos la imaginación, y el acierto, de Nihat en la media punta.
El paso de los minutos, y el buen hacer de su rival, fueron reduciendo los ánimos del Rayo, que se atascó de golpe. Quevedo y Míchel dejaron de darle salida al balón y, entonces, sí, el conjunto madrileño llenó Vallecas de ollazos, para solaz de los centrales realistas. Julio Álvarez, que debía estar hasta el gorro de Aranzabal, abandonó la banda y ahí perdió el Rayo otra vía de escape, la última que le quedaba más allá de Míchel.
El partido estaba donde quería la Real que, no obstante, optó por no apretar, con Xabi Alonso demasiado solo en aquello de la creación. Así que fueron pasando los minutos, el fútbol desapareció y no quedó más que la lógica emoción de un resultado incierto, que no varió porque si no hubo puntería cuando hubo fútbol, menos la iba a haber en el momento en que éste murió y la nada se apoderó de Vallecas, en un final que no merecía el partido.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 24 de noviembre de 2002