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COLUMNA

Maniqueísmo

¡Qué aciago día arraigó el maniqueísmo por estas tierras Valencianas! El maniqueísmo presenta al ojo observador un cromatismo reducido al blanco y al negro, a lo mío y a lo de los otros, al principio del bien que siempre es propio y al principio del mal que es siempre ajeno. Origina el maniqueísmo, entre los no maniqueos, un cierto desasosiego, intranquilidad y, a veces, un miedo determinado enemigo de la libertad de expresión. Ayer, y aún hoy, fue entre los valencianos el tema de la lengua el sable de los maniqueos: si se aceptaba en público la unidad evidente, constatada y científica del valenciano con la lengua que se habla en Urgel, había, y hay, la posibilidad que cayera sobre el hereje el hacha justiciera y la luz inquisitorial del secesionismo maniqueo, que excomulgaba al osado de la liturgia valenciana y lo condenaba al infierno de los traidores a su tierra y a su pueblo. Que el osado hereje pretendiera tan sólo mantener y cultivar un bien cultural como es el valenciano, tanto daba porque, al cabo, cuanto pretendía era vender la paella nacional y la ermita de su aldea a extraños imperialistas del norte.

Ahora y en esta morfología árida, el secarral de matas espinosas, que es el maniqueísmo, toma bríos y pujanza a propósito del agua. O bien usted apoya los macroproyectos hidráulicos del trasvase de aguas del Ebro, que las fuerzas muy vivas consideran puerta de salvación para entrar en un futuro paradisíaco de desarrollo y bienestar -empresarial sobre todo-, y se encuentra entre las fuerzas de la luz; o por el contrario, pertenece usted a uno de esos abyectos grupúsculos que se oponen al trasvase, tal como está planteado, porque hay que conservar un Delta y la riqueza pesquera de sus alrededores, unos alrededores también valencianos. Si se encuentra entre los segundos, es usted un vende patrias y un declarado enemigo de los intereses valencianos. Ésta es la manifiesta y surrealista argumentación de los maniqueos, poseedores del principio del bien y del blanco frente al negro. Un maniqueísmo que se moviliza para ventilar sus enconos.

Que haya decenas, centenares o miles de valencianos que no beban en el manantial del agua turbia y maniquea, poco importa. Que esos valencianos crean que el agua del Ebro debe llegar cuando sea estrictamente necesaria y que ello no suponga vestir a un santo desnudando a otro -léase crear problemas en el Delta o afectar a la economía de los pescadores de su entorno-, carece de interés entre los maniqueos. Pero los desastres naturales causados por macroproyectos hidráulicos son de sobra conocidos, en la ex Unión Soviética o en el Delta de los faraones.

Y siempre existe una solución o una salida no maniquea a este tipo de cuestiones. En Coober Pedy, en la Australia meridional situada en el hemisferio acuático, tienen campo de golf, no llueve y hace un calor sofocante. Sus habitantes viven en casas subterráneas, casi cuevas, en un entorno minero árido y desértico. Hay mucho emigrante de origen croata y dos restaurantes griegos. Los atrajo el ópalo, mineral de sílice, alguna de cuyas variedades son preciadas para joyas y objetos artísticos. Y los balcánicos se aficionaron al golf y tienen su campo para tales menesteres. Un campo sin césped y sin riego; un campo de piedra picada, obstáculos naturales y tierra cernida. Un campo que deberían visitar nuestros maniqueos desarrollistas, en vez de desear el averno para quienes no tienen fe en los macroproyectos hidráulicos.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 25 de noviembre de 2002