Forsythe pisa sobre Balanchine, y éste, sobre Petipa (a veces, los tres se equivocaron). Este fragmento del norteamericano queda fuera del contexto de la obra de la que forma parte (Six counter points), y así pierde su efecto de cita posmoderna. Los dos ballets de Van Manen son muestras de su madurez y su serena manera de enfrentar estudios musicales en profundidad, primero con Bach y luego con el suizo Frank Martin (poco escuchado hoy día). Es aquí donde los bailarines estuvieron mejor tanto en estilo (Forsythe les queda lejos y grande) como en musicalidad.
El Ballet Víctor Ullate siempre ha sido una buena cantera. Ahora destacan el albanés Gentian Doda, el cubano Jaime Roque, el italiano Luca Vetere y los españoles Fernando Carrión y Jordi Martín, estos tres últimos con dotes actorales.
La noche se cerró con la creación de Pascal Touzeau (Burdeos, 1969), que tiene talento, pero aún es un pálido imitador de Forsythe y sus recursos escénicos. Y se comprende esa umbilicalidad, que no es negativa, sino al contrario. Touzeau madurará, matará al padre estético y encontrará su camino.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 30 de noviembre de 2002