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VISTO / OÍDO | RADIO Y TELEVISIÓN

Las desgracias nunca vienen solas

Es evidente que José María Aznar no atrae a los viejos petroleros sin casco doble hacia las costas españolas: pero llega uno en un momento electoral. Y se parte. La marea negra tiene mucha influencia en el voto si uno no sabe qué hacer con ella, si el presidente de la autonomía afectada huye y los ministros se atontan. No son gentes para abordar casos difíciles: apenas para los asuntos corrientes, y están atemorizados por el propio Aznar. Había que verle en el Congreso, iracundo y fachota: hasta la presidente tuvo que cortarle el micro porque no podía hacerle callar; acudió a la artimaña de decir que "los socialistas lo hicieron peor".

El hecho es que a Aznar le vienen sucediendo desgracias. Sobre todo, en estas vísperas electorales. No creo en la casualidad, o todo puede ser casualidad. Creo que cualquier acto o situación depende de cómo manejar las circunstancias, y se me ocurre que Aznar no sabe; que ha ido dejando de saber a medida que los acontecimientos se acumulan con sus precedentes, y que tuvo mala suerte (suerte, ¿qué será?) de tener mayoría absoluta, sin socios que le limaran el napoleonismo. Cierto que el "decretazo" era napoleónico, pero decisión suya; que la ley de "calidad" de la enseñanza no se puede atribuir sólo a su ministra, sino a él; y los pies encima de la mesita frente a Bush, purazo en boca, fue cosa suya; y la banderota de Colón, su capricho. Vamos descendiendo a detalles, y es cada vez peor. ¡La boda de El Escorial! Estupefactos nos quedamos: por él, sobre todo. Dicen ahora que fue un capricho de la madre; pero a la madre la lanza a la política para que la desgracia alcance también a Ruiz-Gallardón. Frente a la vivaracha Trini, a la que los socialistas quitaron la cazadora de cuero con una estupidez que ni sus enemigos hubieran deseado tan flagrante: para que no pareciera de izquierdas. Ana Botella, dicen que del Opus, tan misteriosa que aún no ha dicho si se presenta a las elecciones.

No hago una lista: simplemente recuerdo los últimos meses del autócrata, que luego tiene que correr a deshacer lo que hizo (el decretazo, y se deja fuera a los campesinos; la banderota, y la mantiene para tres o cuatro fiestas al año... Y otro barco renqueante, si se puede decir, avanza hacia España...).

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 30 de noviembre de 2002