Txomin Badiola (Bilbao, 1957) presenta una espectacular serie de instalaciones en el Museo de Bellas Artes de Bilbao que llevan por título Malas Formas. Vistas por primera vez, cualquier espectador confesará no haber entendido nada, aunque barrunte que se encuentra frente a una nueva liturgia destinada a unos pocos elegidos.
A falta de la información necesaria, se impone ir a verla en varias ocasiones. Tras pasar de una instalación a otra y a otra y a otra, de atrás hacia delante y viceversa, advertimos cómo en un gran vídeo, con doble imagen, se encuentra el material temático del que se nutren la mayoría de las instalaciones. El análisis de este vídeo nos llevará a entender mejor los fundamentos básicos de Malas Formas. A su través veremos que en determinadas instalaciones la parte asignada a la imagen televisiva no es otra cosa que fragmentaciones entresacadas del vídeo grande (madre nutricia se le podía llamar).
En cuanto a las formas externas que dan cobijo a las ideaciones que nos propone el autor, resultan menos complejas. Se trata de soportes, fundamentalmente de madera, trabajados a la manera de estructura deconstructivista. La utilización del deconstructivismo es doble. Por un lado, como funcionamiento de tramoyas escenográficas -donde habitan las historias contadas-, y, por otro, para la realización de esculturas propiamente dichas.
Mas no nos perdamos en cuanto a deconstructivismos se refiere. Las arterias vitales de la muestra están representadas por sus innumerables imágenes (del vídeo hasta las fotos fijas y dibujos varios). Imágenes donde se entremezclan la política, el arte, el cine, un país llamado Euskadi y algunos de sus hombres conocidos -sin excluir determinados símbolos del vivir diario-, el tedio, la abulia, la nada existencial, la cultura pop, el rock, la dramaturgia, el comic y unos cuantos iconos de la subcultura; contrapuesta a esto último se insertan puntos de exhibición culta libresca, con el añadido de objetos presentados ya en imágenes ficcionales como en su corporeidad real, sin exceptuar la violencia como compulsión oculta y mucho homoerotismo. Junto al homoerotismo se funde una carga considerable de sadomasoquismo, atisbos de nocrofilia incluidos.
Sin duda, se deambula por un espacio repleto de ambigüedades, en especial por el espacio que concierne a lo político. En este caso, la ambigüedad puede llegar a subvertir la creencia de haber concebido el arte como idea, como un lenguaje que ofrece su conocimiento únicamente a través del pensamiento y no de la imagen, en tanto la sucesión imparable de imágenes traería consigo la paradójica anulación del pensamiento mismo.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 1 de diciembre de 2002