Carlos Ochoa falleció el pasado domingo en Zaragoza, la ciudad donde nació hace 47 años. 8A, como firmaba sus primeros trabajos, fue un tipo genial que compaginaba el deporte del waterpolo con la escultura, un hombre amante del arte -lo bebía de familia porque sus padres restauraban cuadros- y que dejó sus energía en la piscina del club de natación Helios y en la piedra, el bronce o la fibra que esculpía hasta sacarle el alma.
En Helios, el club señero del deporte náutico en Zaragoza, fue compañero de Manuel Molinero, Juan Jané o Pepe Alcázar, que escribieron en los años setenta las páginas más gloriosas del waterpolo aragonés.
Carlos siguió siempre vinculado al club y a la escultura. Lo suyo era la ironía y suyas son Las bañistas que adornan el jardín de la memoria de Zaragoza, los angelotes restaurados de la Seo, la imagen nueva de Santa Isabel, la serie de toreros y tauromaquia o las torres mudéjares que replicaban las de Aragón.
Carlos Ochoa fue uno de los autores de decorados de la película de Terry Guilliam Las aventuras del barón de Munchaussen y su réplica de la cabeza de El Quijote se guardaba como un regalo para el director de cine. Ochoa era un autodidacta que formó, junto a Pepe Cerdá o Guillermo Moreno, La Nave, que en los años ochenta era un taller de creación en una ciudad que despertaba.
Y Pepe Cerdá ayer mismo le recordaba como "un profesional como la copa de un pino, un tipo generoso siempre dispuesto a ayudar". Sus esculturas eran obras grandes y recias, como él lo era. Y todas tienen un guiño de humor que sólo los sabios saben dar.
El funeral por su eterno descanso se celebrará hoy, martes, a las 10.30 de la mañana en Torrero.-
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 3 de diciembre de 2002