Nadie puede escapar de su situación: si es tonta, será tonto aunque su inteligencia sea muy alta. Está pasando con los Gobiernos totalitarios que nos gobiernan sucediendo a las dictaduras. Digo totalitarios porque intervienen en la totalidad de las actividades humanas; emiten cada vez más prohibiciones; distribuyen pobreza y riqueza; disponen de los medios de comunicación para embotar los sentimientos, y todo ello lo han de hacer maldiciendo de los preceptos de la antigua tiranía y fingiendo que es el pueblo (intervenido) el que los manda y los elige, y que respetan la libertad; hasta que la defienden. "No hay excesos en la defensa de la libertad", decía un general americano que destrozaba Vietnam, y esta consigna para imbéciles y malvados ha reaparecido en su país y es gala en el nuestro. "Cuántos crímenes se cometen en tu nombre", decía una dama francesa dirigiéndose a la Libertad cuando la llevaban a la guillotina. Mientras digo esto pienso en Álvarez Cascos, acusando al PSOE de los crímenes de los GAL -en defensa de la libertad- cuando se trataba de defenderse de las acusaciones contra la marea negra. No son homologables; pero el Gobierno está en una situación tonta y se adapta a ella aumentando los rasgos de la situación. Repitiendo el franquismo: llamando asesino a quien le acusa. Silencio y caza fueron un par de normas de Franco, y si le era posible, garrote vil.
La caza tiene su más lejana procedencia: en la aparición de las primeras familias, el hombre era cazador y la mujer guardiana del hogar; las tribus de cazadores se impusieron por la fuerza a las de cultivadores, y así empezó el ejército, el mando y la guerra. En nuestra galería de retratos borbónicos, los reyes con escopeta abundan, aunque no se retrató nunca a Franco con el fusil ametrallador de mira telescópica con que trataba de extinguir -¡también!- la capra hispánica. Lo que pasa es que Franco no tenía necesidad de justificarse: la censura y los jueces se encargaban de eliminar las acusaciones imposibles. Sus herederos de poder no tienen esa fuerza.
El juego entre las necesidades democráticas y la tentación totalitaria es una situación profundamente tonta. Que se agudiza en tiempo electoral.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 4 de diciembre de 2002