Suscribo en parte la columna de Antonio Orejudo titulada Lectura, publicada el día 25 de noviembre pasado. Efectivamente, estoy de acuerdo en que las campañas oficiales de fomento de la lectura no sirven para crear o formar lectores ni tampoco para animar a leer a niños, adolescentes y jóvenes; que el lector se forma en la propia casa y en la escuela, viendo leer a sus padres y hermanos, y a sus maestros y profesores. Pero no comparto en absoluto su pensamiento de que los profesores y maestros "rara vez abren un libro" y "presentan serios problemas de expresión oral y escrita", formulado en esta pregunta retórica: "¿Cómo formar lectores en la escuela si son sus propios maestros y profesores (...) quienes rara vez abren un libro y quienes presentan problemas de expresión oral y escrita?".
Señor Orejudo, usted no tiene derecho a insultar a todos los profesores y maestros de Andalucía, es probable que haya un número indeterminado de docentes de Primaria o Secundaria que no lean o que lean poco, incluso que tengan dificultades de expresión; pero hay muchísimos más que leen con asiduidad (incluso le leen a usted) y se expresan muy bien de forma oral y escrita. También debe saber que esas deficiencias que alegremente imputa a la totalidad de profesionales de la enseñanza de niveles no universitarios también existen entre el profesorado de la universidad.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 6 de diciembre de 2002