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Muti triunfa con 'Ifigenia en Aulide" en la inauguración de la Scala

El público aplaudió la soberbia interpretación femenina

La música elegante, bellísima de Christoph Williband Gluck (1714-1787) proporcionó ayer un nuevo éxito al maestro Riccardo Muti, que eligió la Ifigenia en Aulide, del compositor alemán, para inaugurar la temporada de La Scala, en su sede provisional de la periferia de Milán. El teatro degli Arcimboldi, grande y deslavazado como un cine de estreno, no superó en cambio la prueba de reencarnar, en esta ocasión mágica, el espíritu del viejo teatro de Piazza della Scala. Pero la belleza del espectáculo pudo con todo y el público aplaudió durante diez minutos a Muti, y a las dos intérpretes femeninas, Violeta Urmana, y Daniela Barcellona.

Sobre el escenario, todo encajó a la perfección. Perfecto el escenario sobrio y luminoso de Yannis Kokkos, dominado por gigantescas estatuas, y el vestuario ecléctico, entre la magnificencia de las túnicas griegas y el manierismo de la corte francesa de finales del siglo XVIII, para la que fue escrita la pieza de Gluck. Encajó a la perfección incluso el final. Una aportación de Richard Wagner que, en 1847, tradujo y remodeló completamente la ópera de Gluck, retomando el desenlace del texto de Eurípides, en el que Ifigenia no llega ser sacrificada, pero la diosa Diana la elige como sacerdotisa y se la lleva consigo.

Violeta Urmana, con su voz transparente y su gran presencia escénica, hizo creíble un personaje como el de Ifigenia que se debate entre el amor por Aquiles, las ganas de vivir y la tentación de la gloria, revestida de "razón de Estado", que le lleva a aceptar sin mayores problemas ser la víctima del sacrificio que exige la diosa Diana para que los vientos vuelvan a soplar permitiendo a las naves griegas de su padre, el rey Agamenón, zarpar rumbo a Troya y liberar a Helena. Espléndida también Daniela Barcellona, mezzosoprano, que ayer se confirmó como gran intérprete, sobre todo en el aria del tercer acto, cuando Clitemnestra se revuelve furiosa contra los dioses que reclaman la sangre de su hija.

Fue un renacimiento para la Ifigenia en Aulide, de Gluck, una obra poco representada, que La Scala montó por última vez en 1959, y ayer encantó a un público melómano, pero también mundano. Antes de que se alzara el telón, fue leído un comunicado de los trabajadores de Fiat, denunciando los despidos decididos por la empresa. Fue casi, el único atisbo de protesta que se vio, aparte de una pequeña manifestación de estudiantes de medicina.

Dentro del teatro, sólo el foyer, espléndido y airoso, estaba adornado con mazos de rosas blancas, rojas y naranjas. En la sala, la sobriedad era total. La buena sociedad milanesa hizo un esfuerzo por ponerse a tono con un escenario decididamente más proletario. Se vieron menos joyas, menos vestidos deslumbrantes y menos smoking.

La modernidad de los Arcimboldi mostró al menos una cara amable. El libreto-video, colocado en la parte trasera de las butacas, permitió seguir el texto de la ópera, traducido en tres idiomas.

Gluck, maestro de la ópera alemana, escribió esta Ifigenia por encargo de la corte francesa, a la que llegó, invitado por el marqués François Leblanc du Roullet, en 1772. Dos años más tarde se estrenaría la ópera, con libreto -basado no en el original de Eurípides, sino en la versión de Racine- de Du Roullet. A lo largo de la obra, dividida en tres actos, se percibe el refinamiento extremo de la Corte francesa superpuesto al drama griego, que en las manos de Gluck adquiere un tono de fiesta de sociedad. Detrás de los acordes bellísimos asoma la armonía cortesana del minué y el gran sacerdote Calcante, vestido con una espléndida capa, luce en su cabeza una peluca modelo robespierre. La Revolución francesa se estaba gestando.

En una noche de perfección, no se quedó atrás el trabajo del coreógrafo, Micha Van Hoecke, que convierte el ballet de las esclavas lesbianas del segundo acto, en un espectáculo deslumbrante. Donde Ifigenia en Aulide fracasó de plano fue en los papeles masculinos, concretamente en el papel de Aquiles, porque el bajo norteamericano Christopher Robertson, nuevo en La Scala, consiguió salir del paso con su interpretación de Agamenón. Pero su compatriota, el tenor Mark Brown, no dio la talla al encarnar al héroe de la guerra de Troya. Es cierto que la elección fue tardía, porque Muti lo llamó para ocupar el puesto de Paul Groves, que fue baja en el último momento, pero la escasez de voz de Brown, en un papel extraño, escrito en falsete, y totalmente indigno del héroe griego, fue el único fallo de una noche triunfal.

En espera del viejo teatro

El día de San Ambrosio, patrón de Milán, a quien consagra La Scala todos los años la inauguración de la temporada, fue ayer una jornada agridulce. Aunque la lluvia dio unas horas de tregua y la presentación de Ifigenia en Aulide contó con casi todo el esplendor, la sombra del viejo teatro planeó sobre el evento. Y es que ayer se supo que el Tribunal Administrativo de Milán ha "frenado" las obras de reestructuración del teatro de Piermarini, del siglo XVIII, que deberían estar terminadas en diciembre de 2004. El arquitecto que firma la discutida reforma y ampliación de La Scala, Mario Botta, rechazó que se trate de un verdadero problema. "Son cuestiones burocráticas que se resolverán", dijo. Pero no hay que olvidar lo duro que puede ser lidiar con la burocracia italiana. Riccardo Muti, director artístico de La Scala desde hace 17 años, no dio valor a la polémica, convencido de que llegarán a tiempo para la reapertura.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 8 de diciembre de 2002

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