España es una marea negra con epicentro en Madrid. Se escucha en las cantinas la Negra sombra, cantautores amenazan con coplas a la muerte del marisco, gorriones vuelan tristes, apagados: un ave migratoria que pasaba por aquí les dijo que los pájaros agonizan en la Costa da Morte y que se da por desaparecido al arao común. Ni la morriña ni la triste suerte de los mejillones consiguen espantar la mala leche que azota al personal. Aquí huele a chapapote. Los de arriba se han pringado de brea, hidrocarburos e incapacidad. Esta gente es un peligro.
La palabra chapapote está dando lugar en las tabernas de Madrid y de toda España a multitud de acepciones, a cual más procaz. Al fin y al cabo, el chapapote es una guarrada. El verbo chapapotear le cae que ni pintado a diversas instituciones que pasarán a la historia por su ineficacia, ignorancia y cinismo. Si además se permiten largar insensateces en el telediario, dan ganas de ponerte la mascarilla y el uniforme blanco de los voluntarios. En algunas tabernas de la Prospe, Álvarez-Cascos es conocido ya como el Chapapote.
Chapapote rima con zurracapote. Un grupo de botelloneros poetas de Malasaña está propugnando estos días hacer botellones solidarios a cualquier hora del día o de la madrugada con un brebaje al que han han bautizado como Zurrachapatote, bestial fusión de zurracapote (zurrar a los de arriba, echar capotes a los de abajo) con chapatote. El zurracapote es un brebaje nórdico español a base de vino, frutas, canela en rama, miel, azúcar y diversos ingredientes temerarios; se trabaja mucho en Navarra, Euskadi, Soria y La Rioja, que saben un huevo de estos mejunges. Los impulsores del nuevo botellón han comenzado a repartir recetas-panfleto, absolutamente rigurosas (como panfleto y como recetas).
Aquí va, en exclusiva, la fórmula del zurrachapatote: vino tinto o clarete, agua, azúcar, canela en rama, melocotones, naranja, limones y cualquier barbaridad. El zurrachapatote pertenece a la familia de las sangrías; está emparentado con su padre, el zurracapote, el pitilingorri y el kalimotxo. Un peligro.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 8 de diciembre de 2002