Como mujer he seguido con mucho interés la noticia que hacía referencia a el visionado de una web porno por parte de, el cuanto menos desagradable, Miguel Ángel Pérez Huysmans y sus dos colegas de tropelías.
Pero más me sorprendió, si cabe, la noticia que apareció en un medio afín al PP. En ella se mencionaba que Ricardo Romero de Tejada, secretario regional del Partido Popular, quiso mantener al todavía diputado autonómico un año más como presidente de las Juventudes del PP para tenerlas controladas.
Se deduce del artículo que esta noticia la filtraron del distrito de Salamanca un grupo de jóvenes, encabezados por Borja Sarasola, rompiendo valientemente la ley del silencio del Partido Popular; y demostrando que hasta en esta formación hay jóvenes rebeldes, que posiblemente se creyeron el irreal centrismo, y que han constatado con sus actos que en el PP también hay familias y división política. Por último, desearle suerte en la política al joven Borja Sarasola, que ha destapado la gran mentira de que el Partido Popular es una "balsa de aceite". -María Rodríguez López. Alcorcón.
Teoría de la justicia
Madrid. 1 de diciembre. 14.55 horas. Puerta del Sol. El centro de la ciudad está atestado. Voy a coger el metro camino de la universidad. Hoy tengo que explicarles a mis alumnos la teoría de la justicia de John Rawls.
Según Rawls, es en las democracias liberales occidentales donde la vida pública se desarrolla en mayor medida de acuerdo con criterios de racionalidad y justicia, de igualdad y libertad. Voy pensando en esto cuando ante mí un inmigrante marroquí intenta recuperar el dinero que una cabina de Telefónica se ha tragado. El inmigrante insiste; aprieta repetidamente el botón de devolución. Nada.
Por detrás se le acerca un policía municipal. No media una sola palabra. Repentinamente golpea la cabeza del inmigrante. Un golpe seco y con saña. Por la espalda. Durante un instante de desconcierto el inmigrante no entiende nada. Se vuelve. Al ver al policía desiste en su intento de recuperar su moneda y trata de marcharse. Ni una queja; ni un reproche por el golpe. Nada. Todo indica que se trata de una monótona costumbre. El agente lo coge por el cuello y trata de llevárselo. No le pide la documentación. No hace más preguntas. Lo arrastra. A mi alrededor, todo lo más, algunas miradas curiosas. Muchos transeúntes ni se aperciben de la escena.
Yo: "¡Oiga, disculpe! Pero ésas no son formas. Él sólo intentaba recuperar sus monedas". Agente: "Usted se va a tomar por el saco". "[Al inmigrante] Y tú, Mohamed, que me tienes ya hasta los cojones. Te vas a ir a robar a tu puto país". Yo: "Perdone, pero esto es inaceptable".
Agente: "¿Inaceptable? Váyase y déjeme en paz. ¡Circule!". Yo: "Le advierto que tengo su número de placa". Agente: "Pues te vas a la comisaría y me denuncias. ¡No te jode!".
Me siento estupefacto e impotente. Por un momento me da miedo estar ante ese hombre: uniformado y con un arma al cinto. El policía se lleva al inmigrante. Definitivamente, el Partido Popular está en lo cierto: necesitamos más seguridad en las calles. No, decididamente hoy no explicaré a Rawls: sería un sarcasmo.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 9 de diciembre de 2002