La presencia de una orquesta de tan brillante historial como es la Royal Philharmonic de Londres, fundada en 1946 por sir Thomas Beccham, garantiza siempre un nivel alto de profesionalidad: el que mantienen, uno a uno, los instrumentistas británicos. También hace posible la escucha de páginas, como las Variaciones-Enigma, en toda su autenticidad estilística e ideológica. Se trata de una serie de variaciones sinfónicas de gran empaque sin más enigma que las alusiones a una serie de amigos del compositor: escritores, diletantes en música, arquitectos, publicistas, instrumentistas, algún "retrato" femenino y, como principio y final, la dedicación a la esposa de Elgar, Alice, y un autorretrato del propio músico.
Ciclo Las Grandes Orquestas
Royal Philharmonic, de Londres. Director: Y. Termikanov. Solista: V. Tretiakov, violinista. Obras de Ravel, Bruch y Elgar. Auditorio Nacional. Madrid, 12 de diciembre.
Pentagramas finiseculares y un tanto al gusto de Kipling, gozaron, desde su estreno en Londres hasta hoy, de favor y hasta de popularidad, sin excluir el juicio de Bernard Shaw o el de nuestro Fernández Arbós que presentó la obra en Madrid con la Sinfónica en 1915. La amabilidad elgariana cobra valor por la buena factura y la "pompa y circunstancia" del tratamiento evidenciadas por el director Temirkanov y la centuria británica con propiedad y sin excesos. No hubo excesos sino cortedad de miras en Le tombeau de Couperin, la suite de Ravel que sobre el homenaje a los caídos en la Primera Guerra Mundial, glorifica desde la intimidad a uno de los altísimos genios de la música francesa, como fue François Couperin. Pero estos pentagramas, entre mágicos, evocativos y geométricos, piden otro orden de sutilezas. En cambio, un concierto como el primero, en sol menor, de Max Bruch, necesita lo que exactamente tuvo ahora: el agudo virtuosismo de altos quilates y la belleza sonora de un violinista cual Victor Tretiakov (Krasnolarsk, 1946), figura internacional desde que obtuvo el premio Chaikovski a los 20 años. Bernard Shaw aplicaba a la de Elgar un concepto: el de la música absoluta. Pienso que mejor lo merece quien como Tretiakov posee un tan puro y delimitado "ideal sonoro", que le permite hacer del gran virtuosismo no exhibición, sino principio de orden musical.
Sobradamente conocido y apreciado por nuestro público, el director Yuri Temirkanov, asistente primero y sucesor, después, de Mravinski en el podio de la Filarmónica de Leningrado, volvió a hacerse aplaudir intensamente por los asiduos de Ibermúsica.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 14 de diciembre de 2002