Primero empezamos teniendo la obligación de echarnos nosotros mismos la gasolina en el coche, luego tuvimos que llevar en bolsitas al efecto nuestros residuos, cuando papel, cuando cristal, cuando latas (residuos que la Administración local no se encarga de recoger a tiempo y quién sabe si realmente los destina al reciclaje).
Tuvimos también que aprender a hacer la declaración de la renta, tuvimos que responder a las primeras llamadas de las ONG (que aunque al principio nos parecieron estupendas y utilísimas, ahora nadamos en un mar de siglas sin saber cuál de ellas destina realmente los fondos recaudados a los fines previstos, ni cómo se eligen a sus directivillos, ni en fin, tantas y tantas cosas) y ahora... ¡el Prestige!
¿Pero qué pasa con el Ministerio de Medio Ambiente, con las consejerías de Medio Ambiente, Pesca, Sanidad, o como vaina se llamen en cada comunidad autónoma, con estos políticos que lo único que les importa es... reunirse?
Reconozco que no puedo más con tanta responsabilidad, porque yo además de madre, esposa, y demás relaciones familiares, también soy directiva de una empresa y si verdaderamente de lo que se trata es de trasladar al ciudadano no sólo la culpabilidad de los hechos, sino hasta la responsabilidad de la ejecución, yo lo que quiero es que el Ejército venga a mi casa a hacerme la comida, que la ministra de Sanidad vaya a las reuniones con la señorita de mi hijo y, por ejemplo, que Mariano Rajoy acuda a las juntas de la comunidad de vecinos de mi casa, porque si de lo que se trata es de que entendamos de una vez por todas que el Estado como tal no existe, yo ya lo estoy empezando a entender y por tanto, ya que a estos señores se les paga un sueldecito, pues... habrá que usarlos, digo yo.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 15 de diciembre de 2002