Nuestras televisiones sufren un enfermedad crónica y lo que es peor, nos contagian su virus.
Si hoy día un nuevo Tocqueville analizara la personalidad de los españoles a través de sus emisiones televisivas dictaminaría o bien que somos una nación de inmaduros y débiles mentales o que hemos descubierto el método más zafio y apático de sacudirnos nuestro estrés diario o nuestro vacío existencial sin movernos del sillón y a modo de catarsis colectiva. Cotilleos "seudo-rosa" y chabacanería para desayunar, merendar y cenar es demasiada dosis de veneno para cualquier mente.
Ante esta pandemia urge un antídoto. Al nuevo alquimista ya no nos atrevemos a pedir una televisión que aúne cultura con amenidad (sólo se salva La 2 de TVE), ya que esa aleación "química" ha sido descartada por la poderosa industria publicitaria, pero al menos sí le pedimos que deje de tomarnos el pelo.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 16 de diciembre de 2002