Según informaciones facilitadas estos últimos días por diversos medios, el Ayuntamiento de Fuenlabrada envió a los colegios de Educación Primaria de la localidad un libro en el que se exponen, describen, recomiendan una serie de prácticas sexuales. Ante la alarma suscitada por esa publicación, los responsables municipales retiran los libros. Y admiten haber cometido un error.
Pero ese error consistiría, según manifiestan, en haber enviado a colegios de Primaria unos libros que estaban destinados, dicen, a adolescentes. Es decir, que el error que estaba previsto cometer era otro. Esperemos que se abstengan de enviar a ciudadano alguno ese material, ni cualquier otro de formación sexual. Porque el error más grave que aquí se comete y al que nadie ha aludido es otro.
Ese otro, radical, error es el de suponer que el señor alcalde o la señora concejal de Educación pueden dedicarse a impartir educación sexual a alguien más que a sus propios hijos. En ese ámbito se dan legítimamente muy diversas opciones educativas y nadie puede prevalerse del cargo y los fondos públicos para difundir la opción que personalmente le parezca mejor. Ni la que refleja el libro de que hablamos, ni ninguna otra. Educar la sexualidad corresponde exclusivamente a los padres y a aquellos a quienes los padres busquen o acepten como auxiliares suyos en esta tarea.
Por eso, además de los graves reproches que ha merecido a la opinión pública el contenido de esos libros, igual o aún más grave rechazo merecen, tan preocupantes o más aún, resultan la falta de esa neutralidad a la que están obligados los poderes públicos, la falta de respeto al pluralismo, la falta de consideración al derecho educativo de los padres. El asunto no se agota en lo "erróneo" de la concreta actuación municipal comentada. Aquí se ventila algo más radical. Son exigencias democráticas fundamentales las que están en juego.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 18 de diciembre de 2002