No estaba para corear los alardes mercantiles el público que acudió ayer a presenciar el partido del centenario del Real Madrid. Sepp Blatter, presidente de la FIFA, y Florentino Pérez, presidente del Madrid, pasaban revista a la fila de jugadores como dos estadistas cuando la megafonía del Bernabéu hizo un anuncio rimbombante: "A continuación, Ronaldo Nazario de Lima recibirá el premio de la FIFA al mejor jugador del año 2002, y luego exhibiría el Balón de Oro...". El fondo sur del estadio emitió un murmullo que se hizo canto general: "¡Raúl,Raúl,Raúl,Raúl...!". El público decidió de forma espontánea recordar que el Madrid es lo que es gracias a Raúl, en buena medida. El desprecio visceral a los confetis que arroja el entramado burocrático del fútbol puso el broche sentimental a un partido que la grada entendió diseñado para regocijos tribales.
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Con la sonrisa por delante, Ronaldo elevó en sus manos el Balón de Oro, mostrándolo a los cuatro costados en un clima extraño. El Bernabéu sopló en contra de los vientos que corren: "¡Pedja Mijatovic la-la-la-la-la...! ¡Raúl Raúl Raúl Raúl...! ¡Guti alé-Guti-alé, forza Guti Guti-alé...!". La gente obvió a Ronaldo y se aferró al dictado del corazón.
Así recitaron los acólitos todos los cánticos de su santoral. "¡Hugo, Hugo!", gritaron los muchachos, en recuerdo de Hugo Sánchez, el delantero amoral, maestro de pillos, escasamente atractivo para las multinacionales y adorable para el hincha. "¡Illa-illa-illa, Juanito Maravilla!", cantaron los fanáticos, en memoria de aquél extremo loco, agresivo, poético, demasiado casquivano y quizá, demasiado humano para el gusto de los expertos en márketing. Hasta Piraña Chendo, un antihéroe, se llevó su ovación, su minuto de afecto, en una noche que le dio la espalda a los efectos colaterales del fútbol y concentró su energía en evocar con nostalgia el tiempo en que los jugadores se ponían la camiseta con más ingenuidad.
Bajo la lluvia y rodeado de un tráfico atestado, el Bernabéu se dio a su propio homenaje sin más novedades que las preestablecidas por la empresa de Miguel Ángel Rodríguez, ex portavoz del Gobierno de Aznar, y responsable del evento. Las piruetas de José María Cano, su orquesta, y el tenor Plácido Domingo, que interpretaron el nuevo himno del club en el descanso, desconcertó al público, bastante mosca con la derrota en la primera parte. La presencia de Maldini, Rivaldo, Ballack y Baggio redimió los problemas organizativos que impidieron traer a otras figuras de similar calado. Con el paso de las horas, cabe suponer que las ausencias aliviaron un disgusto mayor, pues los jugadores invitados, con Kaká, Wilmots y Klose a la cabeza, se bastaron para pegar un repaso al Madrid en primera instancia. Prosiguieron el argentino D'Alessandro y el senegalés Cissé en la segunda parte. Con un pobre sentido de la cortesía, Naybet, Maldini, Márquez, Cha Du Ri y Cavallero no se dejaron golear hasta entrado el segundo tiempo, con un penalti que remachó Solari (1-3). Tote y Cambiasso alcanzaron el empate.
Un haz de rayos abrió la velada iluminando los tres trofeos que obtuvo el equipo este año, desplegados sobre el césped: la Copa de Europa, la Supercopa europea, y la Copa Intercontinental. Ahí estaba el resultado de un año que comenzó el 6 de marzo, cuando el Madrid perdió la final de Copa frente al Deportivo. La fecha auguró una pesadilla colectiva pero la suerte cambió en Glasgow. En buena medida por obra de Raúl González, un tímido sin sonrisa universal que prefiere huir del ruido. A él le agradeció la hinchada el esfuerzo realizado el año del centenario.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 19 de diciembre de 2002