Los desastres ecológicos suelen compartir una misma característica: la irreversibilidad -al menos en el aspecto generacional- de sus impactos ambientales.
Para evitar justamente estos impactos, se consolidan principios, internacionalmente reconocidos, como el de precaución y el de prevención.
En el caso del Prestige, las consecuencias inmediatas han sido, entre otras, la drástica alteración ambiental de un litoral marítimo proverbialmente rico y bonito. Es obvio que eliminar este impacto no será cosa de una generación... y, sin embargo, nos preguntan si se hubiera podido evitar.
Pero hay otros prestiges que podrían evitarse: en Cataluña está proyectada una vía rápida de comunicación, conocida con el nombre de Eje Vic-Olot, con unos impactos naturales y paisajísticos brutales y absolutamente irreversibles en un territorio también proverbialmente hermoso (Cabrerès, Bellmunt, Puigsacalm, Llancers). Parece mentira que la ciudad de Olot impulse este devastador proyecto y a la vez quiera acoger un centro de estudio del paisaje, o que en la jornada sobre el Convenio Europeo del Paisaje en Cataluña, organizada por los departamentos de Medio Ambiente y de Política Territorial y Obras Públicas, no esté previsto que se hable del tema.
Y como nuestra ignorancia es la fuerza de los que nos hacen creer que el desastre era inevitable, invito a los que conocen el valor de aquellos paisajes a hacerse una idea de lo que supone esta aberración; y a los que todavía no los conocen a dar un paseo por ellos, antes de que el ruido de los vehículos estropee para siempre el silencio de los bosques, el canto de los pájaros y el murmullo de fuentes y riachuelos.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 31 de diciembre de 2002