Este Madrid atormentado, de baloncesto a ratos ruin, infiel a su historia, sometido como está a una presión que le minimiza, fue ayer grande. Enorme a ratos. Pero que el mejor Madrid que hoy día pueda verse derrote al Barça no entra dentro de la lógica. Porque basta con echar un vistazo al quinteto inicial azulgrana para sacar una conclusión inapelable: no hay equipo en Europa con esa pinta. Y si el Madrid no está para ganar a rivales polacos, menos lo está para detener a un grupo donde, entre otros, conviven Bodiroga y Navarro, tipos que oyen la señal de alarma y juegan aún mejor. Ayer, cuando todo estaba por decidirse en los instantes definitivos, uno y otro, yugoslavo y español, dijeron que nones, que ellos no iban a perder la ocasión de herir aún más al Madrid. Y no la perdieron.
REAL MADRID 75 - BARCELONA 83
Real Madrid: Mulaomerovic (14), Alston (4), Angulo (7), Mumbrú (21), Sonseca (12) -cinco inicial-, Victoriano (3), Digbeu (5), Herreros (4) y Alfonso Reyes (5). Barcelona: Jasikevicius (15), Navarro (17), Bodiroga (17), Dueñas (10), Fucka (9) -cinco inicial-, Nacho Rodríguez (1), Alzamora (2), Femerling (4) y De la Fuente (8). Árbitros: Martín, García y Murgui. Excluyeron por cinco personales a Sonseca (m. 39). Unos 5.200 espectadores en el pabellón Raimundo Saporta.
Bodiroga y Navarro unieron su talento cuando fue necesario y ahí murió su rival
Al rato de clavar Mumbrú su tercer triple consecutivo, allá en el segundo cuarto, Bodiroga se largó al banquillo con tres personales y dos puntos en su haber. El mundo al revés era aquéllo. El Madrid había salido a todo tren, con un Mumbrú estelar, con Mulaomerovic corriendo como si en ello le fuera la vida, con Angulo imitando a Angulo, con Sonseca empequeñeciendo a Fucka y Dueñas, que ya es empequeñecer... Resultado: en el minuto siete el marcador colocaba al Madrid en el paraíso (16-8). No se tenían noticias de Bodiroga, maniatado por Mumbrú, y fue Jasikevicius, en exclusiva, quien evitó que el daño al finalizar el primer cuarto fuera mayor (21-17).
Pero es el Madrid un equipo que pierde los papeles con pasmosa facilidad. En el que Victoriano, cuando le llega el turno, se empeña en inventarse la jugada del siglo. Y no lo logra, claro. Así que nada tuvo de extraño que el conjunto de Imbroda comenzara a ser un fiel y gris reflejo de sí mismo (26-27, m. 15). Pero no hizo sangre el Barça entonces y el Madrid aguantó ese rato de pasmo gracias a Reyes y gracias a que Imbroda decidió que Mulaomerovic ya había descansado suficientemente.
El primer acto se cerró con un marcador (43-40) que nada decidía, y con la lógica duda de si Sonseca, de 19 años, y que hasta entonces había atrapado nueve rebotes (acabó con 15) iba a seguir gobernando bajo los tableros. Lo hizo el chaval, sí, y el Madrid logró reducir la entrada en acción, por fin, del señor Bodiroga. Se fue engrandeciendo el yugoslavo y ese hecho, en otras condiciones, hubiera sido mortal para el Madrid, tan débil de carácter, tan histérico como se pone en cuanto las cosas se le tuercen mínimamente. Pero se trataba de un clásico, de un partido imprevisible, que no admite pronósticos y que el Madrid encaró sin lágrimas, sin compadecerse, como si de otros tiempos se tratara.
Quería Imbroda gente gigante, no sólo de estatura, para un partido gigante, y quizá por eso se olvidó de Tarlac, un individuo que parece jugar encerrado en una burbuja, lo que no es óbice para que sea quien más cobra en la plantilla. Ni un minuto actuó Tarlac, lo que le empujó a pedir explicaciones a su técnico tras el choque. Pero la explicación la tenía el hombre en todo lo que ha hecho hasta ahora, o sea, nada, y en la pista, donde Sonseca le dio un curso de cómo se deja la vida un pívot cerca de los tableros. Tal como se la dejó, cerca y lejos, Mumbrú, que no se resignó ante la esperada resurrección de Bodiroga y devolvió a éste golpe por golpe, canasta por canasta.
Con todo en el aire (61-59) se inició el último cuarto. Navarro rompió la sequía de triples (64-69) y avisó a quien oirle quisiera de que un tren así, colocar al Madrid 10º en la clasificación, no pasa todos los días. Bodiroga le oyó. Ambos unieron su talento cuando fue necesario y ahí murió el Madrid, al que se le agotó su espíritu de superviviencia. El equipo había hecho un partido digno y lo había cerrado como cierra los indignos: con derrota. Enfrente estaba el Barça, un señor equipo, que no perdió la ocasión de enterrar a un rival que si todos los días jugara como ayer no estaría de luto.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 31 de diciembre de 2002