El teléfono era casi gratis, el agua no costaba nada, la electricidad y el gas estaban asequibles, y es que no había llegado a España la Economía: empezaban a saberla, con minúscula, jovenzuelos como José Luis Sampedro. No eran bonzos, y habían aprendido -lo mejor- de Marx. Lo recuerdo oyendo, en la primera hora neblinosa y húmeda del año, los anuncios de subidas de tarifas de lo imprescindible en las casas. Y las mismas casas: la gente se mudaba fácilmente y los alquileres estaban en consonancia con "los posibles", que se decía. Llegó a la mía el primer teléfono automático y se pagaba la tarifa: las llamadas no costaban nada. El agua la pagaba el casero: céntimos.
No se vivía mejor. En la casa de mis padres mejor que en la mía de hoy; pero es que mi clase pequeño burguesa ha caído. La pobreza era enorme: la cultura, mejor que ahora. Había analfabetismo: ha desaparecido, pero la capacidad de comprensión de los textos corrientes ha disminuido. Puede ser porque el idioma se ha falsificado (para que no se entienda bien lo que se dice), pero también porque la enseñanza falla: había afán de enseñar y de aprender. La técnica se recibía con emoción: nací con la radio y casi con la aviación comercial, y en el periódico donde trabajé de niño solo había cuatro máquinas de escribir: se trabajaba con plumilla, mojada en los tinteros. Pero los periódicos eran más significativos: había mas libertad mental, y si el periódico cambiaba de ideas -por nueva empresa, o nuevo cacique- los redactores se iban a otro, o lo fundaban.
Tampoco era una España mas decente. Los lerrouxistas -los radicales- dieron el estraperlo, como palabra que indicaba chanchullo. Había "enchufistas", con cuatro o cinco cargos. El peso en las tiendas era inseguro. La caridad enriquecía a quienes la practicaban, y creaba pobres: pero se intuía la justicia social. Se luchaba por ella. Solo quiero decir que una serie de cosas se perdieron en el camino. Entre otras, todas las revoluciones y todas las guerras, civiles (que lanzaban los militares) o militares (donde morían los civiles y ellos eran condecorados). Dicen ahora que la revolución francesa -con su razón y su libertad- se ha perdido el 11 de septiembre en Nueva York. Y las constituciones, y las declaraciones de derechos, de independencia; y todo lo demás. Ya volverán. El sistema se esta devorando a sí mismo. La esperanza está en que ellos solos se agoten: pero habrá que ayudarles a hundirse
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 2 de enero de 2003