Automático: se fue el ruso Karpin de Vigo y su compatriota Mostovoi no ha tardado en volver a las andadas. El siempre rebelde, y ahora nuevamente solitario, centrocampista del Celta sólo puso anoche fin a sus largas vacaciones navideñas. Fiel a su estilo, no se ha molestado siquiera en comunicar a la dirección del club ni su paradero ni los motivos de su retraso. Simplemente, ha regresado cinco días después, lo que engorda esa leyenda de chico díscolo e inadaptado que tanto daño le ha hecho en su carrera; probablemente, lo único que le ha separado de las superestrellas del fútbol.
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Ha gozado Mostovoi de las vacaciones del siglo. Fue el primero en marcharse, favorecido por una tendinitis que recomendaba el reposo y que, de cualquier forma, le habría impedido esta noche disputar el duelo regional frente al Depor. Al llegar ayer sólo dijo que no entendía el revuelo que se había formado y que no iba a hablar hasta que no lo hiciera con el club. Y en el club vigués todo eran rumores: unos opinaban que estaba en Madrid, otros le creían todavía en Rusia, donde al parecer ha estado todo el tiempo, casi 20 días, y no han faltado quienes sospechabann que hasta se encontraba en Marbella. "No sabemos si está vivo o muerto", reconoció el presidente, Horacio Gómez. El teléfono móvil del zar no estaba operativo.
Siempre se sospechó que Karpin fue el principal artífice de la transformación de Mostovoi, que vivió sus mejores años futbolísticos compartiendo equipo, selección y tiempo libre con el ahora jugador de la Real Sociedad. Al primero se le atribuía la condición de conciencia del segundo. En efecto, la sociedad funcionó a la perfección. Durante esos cinco años Mostovoi no pronunció una palabra más alta que otra ni tuvo el más mínimo gesto de indisciplina, para asombro de la directiva y la afición celestes.
Pero todo eso comenzó a cambiar tras el último partido de la temporada pasada, precisamente el día que expiraba el compromiso de Karpin con el club de Balaídos. "Me voy del Celta", sentenció Mostovoi en los vestuarios de Vallecas, donde su equipo acababa de perder la enésima oportunidad de ingresar en la Liga de Campeones.
La tormenta estaba cantada, pero la vida real es para el zar una metáfora de su imprevisible fútbol: cuando nadie contaba con él, se presentó en el autobús que llevaba al conjunto a la concentración de la pretemporada.
Luego, durante algunos meses, todo pareció olvidado. Se tiñó el pelo, afiló la sonrisa y en los bolos veraniegos y los primeros partidos volvió a ser el de siempre. Menos explosivo a sus 34 años de edad, pero igualmente decisivo. Hasta que las lesiones y su convulsa vida privada, lugar común en las conversaciones de taberna de la ciudad, le han situado de nuevo en el disparadero. Como si el tiempo se hubiera detenido hace seis años, en aquella lamentable tarde de Gijón, cuando sus compañeros tuvieron que impedir que, enrabietado, abandonara el campo durante el partido contra el Sporting. Esta vez la plantilla apenas puede disimular en público su malestar con el ruso, admitido en privado. O la broma. Catanha dijo ayer: "Alguien ha puesto una foto suya en el vestuario". De momento, el club prefiere mirar hacia otro lado y esperar a conocer la versión del jugador antes de anunciar su castigo. Para Mostovoi se acerca la hora de la renovación, pero los vientos de crisis y sus indisciplinas parecen anunciar el fin de un ciclo: el del incontestable gobierno del zar del Celta.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 4 de enero de 2003