"Lo sentí así", dijo Ronaldo, con el gesto de niño bueno que le caracteriza, al salir del vestuario. "Nada más marcar el gol pensé en el míster. Había sufrido una pérdida muy importante, la de su madre, y lo vi muy triste en la concentración. Él es muy bueno y su madre debió ser muy buena, así es que quise dedicarle el gol. Me salió así".
Ronaldo metió el gol en la coyuntura dramática exacta, como es su costumbre. No marcaba ante su público desde hacía más de tres meses, el día del debú contra el Alavés, el 6 de octubre. El Bernabéu estaba frío con él y, al volver a oír pitos, al fallar un pase a Raúl, bajó la cabeza y se quedó mirando al suelo como cavilando sobre el origen de un desencuentro que duraba demasiado. Quizá consultó al oráculo. A los diez minutos se encontró con una autopista hacia el cumplimiento de su deseo: un pase medido de Zidane, con la pierna derecha a la espalda del desavisado Curro Torres. "Fue un pase magnífico, Zidane es un as y da gusto verlo", comentó el brasileño; "tiene una gran visión del juego".
La defensa del Valencia se había adelantado y Ronaldo se lanzó en carrera en dirección a ese universo que conoce como a su propia obra. Llegó con el tiempo justo para superar la entrada al cruce de Curro Torres. Y se fue. Solo, con espacio para conducir el balón ante el portero, Palop. Un regate hacia fuera y un toque con la zurda, ajustando el tiro al primer palo, con suavidad.
No fue cualquier gol. Fue un gol que arrancaba dos puntos al líder tras su empate en Anoeta y dejaba al Madrid a solo tres de la cabeza. El Bernabéu, angustiado ante la falta de acierto de Raúl y Roberto Carlos, se lo agradeció con una tremenda ovación. Pero las cosas no quedaron ahí para Ronaldo, que es un maestro de la escena.
Ronaldo, eximio intérprete de masas, se metió al estadio en el bolsillo cuando hizo 50 metros de carrera señalando al banquillo. Corrió hacia Vicente del Bosque y le tomó entre sus brazos. Los dos se abrazaron y el técnico madridista, poco dado al exhibicionismo, pareció decirle algo al jugador al oído, como si le agradeciera su gesto de cariño con timidez. Hubo una ovación cerrada. Más aplausos. Comunión.
Ronaldo sabía, como todo el mundo, que Del Bosque había enterrado a su madre ayer por la mañana en Salamanca. El técnico acudió al funeral y viajó a Madrid en su coche, conduciendo los 200 kilómetros del trayecto. Llegó al mediodía y a la hora del partido se sentó en el banquillo. El Bernabéu guardó un minuto de silencio antes del partido.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 6 de enero de 2003