España acaba de incorporarse al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, lo cual ha sido acogido con gran alegría, con inmensa expectación, por todo un pueblo muy cercano a nosotros, un pueblo que ve en esa incorporación la ansiada solución de sus problemas, el fin de una desgraciada e injusta situación que dura ya 27 años. Cuando a primeros del pasado diciembre cientos de españoles viajaron a los campos de refugiados saharauis de Tinduf, quedaron sorprendidos por el conocimiento que allí todo el mundo tenía de nuestra entonces próxima entrada en el Consejo de Seguridad. Allí todos hablaban de ello, confiando ciegamente en que ese hecho será decisivo para el fin de sus penalidades.
La fe de los saharauis en la actitud española los ayuda en su desgracia, ven en nosotros la última esperanza de recuperar pacíficamente lo que no debieron perder nunca: su tierra, su mar. Pues bien, por muchísimas razones no podemos defraudarlos, no tenemos derecho a ello. Ahora que la voz de España se va a oír en el Consejo de Seguridad, ahora que nuestra postura en este asunto tendrá más fuerza que nunca, debemos olvidarnos de cualquier otra consideración o extraño interés y reforzar con todo vigor nuestra postura del lado de la justicia, del lado de los oprimidos en ese conflicto, del lado que la inmensa mayoría de los españoles desean que estemos, del lado de los saharauis, apoyando algo tan sencillo y elemental como es el que se les pregunte a ellos, y sólo a ellos, cómo desean que sea su futuro.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 10 de enero de 2003