El día 2 de abril de 2002, una vecina de la casa donde vivimos un total de 15 vecinos, con una relación normal y corriente, llamó a mi puerta comunicándome con extrañeza que a su vecino cercano hacía tres días que no le veía.
Hicimos una prueba con llamadas a su puerta y, muy tenuemente, oíamos quejidos; sin perder un minuto, subí a mi casa, desde donde telefoneé al 092. Les expliqué lo que sucedía haciendo hincapié en que si, a nuestras llamadas balbuceaba lamentos, tenía que estar muy enfermo.
Quiero decir que en apenas diez minutos se presentaron dos motoristas del 091, los cuales comprobaron, oyendo los quejidos, que algo grave pasaba y sin dilación conectaron con el Samur, bomberos y Policía Municipal.
Debo reiterar que es justo, y en toda equidad, que apenas habían transcurrido diez minutos todos, absolutamente todos estos servicios de urgencia, estaban cumpliendo con su deber con total eficacia. Al ser las puertas de las viviendas blindadas, yo indiqué a los bomberos que con ayuda de una escalera normal (dado el caso de que era un primer piso) y rompiendo un cristal de una galería de un patio entrarían en la vivienda.
Una vez dentro, el bombero abrió la puerta y el espectáculo era horrible: tendido en un charco, al parecer con una hemorragia gástrica, estaba este señor completamente deshidratado.
Estuvieron los médicos del Samur más de una hora haciendo todo lo humanamente posible para conseguir que llegara con vida a la clínica de la Concepción. ¡Y llegó! Han pasado varios meses y con gran júbilo, y en tono humorístico, ¡está vivito y coleando!
Para todos los que con fe y entusiasmo salvaron una vida, mi humilde y simbólica puntuación es matrícula de honor. Esta situación, desgraciadamente, está en el candelero y digo a todos los ciudadanos que, por favor, borren de su mente esa frase nefasta e insolidaria de "yo no quiero meterme en líos", si alguna vez se ven en esta situación.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 11 de enero de 2003