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OPINIÓN DEL LECTOR

Pobrecita mía

El pasado día 2 de diciembre falleció mi madre, que Dios la tenga en su gloria.

Como buena cristiana que era, quise en su último adiós darle un pequeño responso para que descansara en paz con Dios. A las once de la mañana fuimos a la iglesia de San Juan Bautista, sita en la calle de Cuzco-Callao de Fuenlabrada; allí nos dijeron que el párroco no estaba, que si se ponía en contacto, le daría el recado. A las cuatro de la tarde, el señor cura se puso en contacto con nosotros diciendo que no le pertenecía a él decirle el responso, que era la parroquia de la calle de México (a mi madre la enterraban a las 16.30). Se la enterró sin su responso porque este señor cura no nos dio ninguna solución. Pobrecita mía.

Pasados unos días, fuimos a la parroquia de la calle de México para decirle una misa el día 13 del mismo mes. Le comentamos al párroco lo que nos había pasado y nos dijo que él hablaría con sus colegas porque no era la primera vez que había ocurrido.

Llegamos el día 13 con toda la familia para celebrar la misa de mi madre y cuál no sería nuestra sorpresa que al otro señor cura se le había olvidado la cita. (Se preguntarán por qué perdemos la fe, puesto que asistimos a un circo en vez de la celebración de la santa misa por el barullo que se formó). Así que, sumido en mi tristeza, a mi madre la tuvimos que enterrar nada más que con los rezos de los familiares porque cuando necesitábamos un señor cura nos dieron miserablemente la espalda. Y que sirva esta carta por si la lee algún responsable eclesiástico y llame al orden a estos dos personajillos. Pobrecita mía, descansa en paz.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 12 de enero de 2003