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Crítica:'LAS BODAS DE FÍGARO' | ÓPERA

Ros Marbà destapó el tarro

Necesitaba el maestro Antoni Ros Marbà una rehabilitación en el Madrid lírico de su categoría de gran artista, necesitaba urgentemente la Sinfónica de Madrid una prestación en el Real a la altura de sus posibilidades, necesitaba la actual temporada de ópera madrileña romper el maleficio de las direcciones musicales a medio gas. Las condiciones para que los deseos se convirtiesen en realidad eran óptimas ayer. Las bodas de Fígaro es una ópera a la medida de Ros. En 1990 la dirigió magistralmente en la Zarzuela. Evidenció, además, lo que ha madurado durante estos años. Porque si tiene mérito no perder la atención musical y dramática un solo instante, más todavía la cantidad y variedad de detalles de buen gusto con los que fue aderezando una lectura tan analítica como plena de sensibilidad. Usando un símil futbolístico, Ros se puso la camiseta de Zidane y empezó a repartir juego en todas las direcciones. La Sinfónica de Madrid le siguió arrebatada y consiguió una de sus actuaciones más completas de la nueva etapa del Real.

Las bodas de Fígaro

De Mozart. Coro y Orquesta Sinfónica de Madrid. Director musical: Antoni Ros Marbá. Director de escena: Marco Arturo Marelli. Con Pietro Spagnoli, Barbara Bonney, María José Moreno, y Marco Vinco. Nueva producción. Teatro Real, Madrid, 12 de febrero.

Del reparto vocal destacó Barbara Bonney en el papel de la Condesa. Siguiendo con las comparaciones futbolísticas, si Ros era Zidane, Bonney se podría equiparar a Ronaldo. Tenía dos oportunidades; desaprovechó la primera, el aria Porgi amor, y se desquitó en la segunda, Dove sono, llevando a su terreno técnico el aria y haciendo diabluras en el más puro estilo mozartiano. El resto del reparto fue a más conforme la noche transcurría. Los comienzos fueron más bien fríos, lo equivalente en arte a lo políticamente correcto en el lenguaje de uso cotidiano. María José Moreno tardó en coger las riendas de la acción. Al final consiguieron dar, con el resto del elenco, una sensación de homogeneidad. Marco Arturo Marelli planteó unos decorados rococó a lo Tiépolo. Definió mejor las situaciones teatrales que la psicología de los personajes. En raras ocasiones fue más allá de lo previsible, en parte por su tendencia a subrayar lo evidente. El equilibrio entre la agitación, el desengaño y la ternura de que habla Starobinski, a propósito de esta ópera, pasó inadvertido.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 13 de enero de 2003