Les escribo con rabia por la enorme falta de respeto hacia los pobladores de la ciudad que supone la proliferación de ruidos sin control alguno. El sistema de control no funciona, porque hasta que llegan aquellos que han de hacer las audiometrías y se deciden a actuar contra quienes contaminan, el daño ya está hecho. A ver si los que meten ese ruido en la ciudad se enteran: hay una zona dentro del oído interno que se muestra especialmente sensible a los ruidos. Su llegada a esa zona del oído humano provoca en determinadas personas una irritabilidad muy acentuada, porque les provoca un gran sufrimiento insoportable. Cuando una moto sufre el acelerón de su propietario, que quiere protagonizar una machada ante su chica o ante sus conmilitones, en realidad lo que protagoniza es una agresión en toda regla contra muchas personas y, especialmente, contra aquellos que tienen hipersensibilidad ante el ruido. Ése es mi caso. Por tal motivo, pido que las leyes se cumplan, ni más ni menos. Los topes de decibelios deben respetarse porque, si no se hace así, nadie tiene derecho a imponer ninguna ley.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 17 de enero de 2003