Contar la vida a través de una colección de discos o de las imágenes que esa música sugiere es la compleja propuesta del creador Félix Curto (Salamanca, 1967), presentada esta semana en Pamplona. Curto sabe que la música es un trazado imperfecto que lleva hasta la emoción y asume el reto de fijar la memoria ordenando las secuencias narrativas con fórmulas artísticas "contaminadas" por un territorio (México, donde vive el autor desde hace años) y una cultura fronterizas.
La muestra (Pabellón de Mixtos de la Ciudadela; hasta el 10 de febrero) constituye el tercer eslabón del acuerdo entre el Centro de Fotografía de la Universidad de Salamanca y el Ayuntamiento de Pamplona, que ya el año pasado permitió ver en la capital navarra exposiciones tan eclécticas como las del grupo cubano Los Carpinteros o la de Raúl Cordero.
Curto trabaja casi todos los géneros y soportes: pintura, fotografía, dibujo, instalaciones o vídeos, entre otros, en este caso con un hilo conductor sin el que sería difícil desentrañar algunos de los significados de esta road movie en forma de exposición: la música que dirige el recorrido del espectador.
"Presento un viaje interior. Resido en México desde hace años y mi trabajo es un sueño onírico hacia esa frontera norte con los Estados Unidos que constituye todo un mito", señala el artista, al que la galería mexicana OMR, una de las más importantes de ese país, ha brindado todo su apoyo.
Fetiches
En ese viaje narrativo, Curto se vale de lo que halla a mano. Lo fotografía o lo toma y lo convierte en referencia y fetiche. Sirve igual una vieja moto, un refrigerador o una radio en su estuche, cualquier objeto convertido en protagonista de un recuerdo.
Y cuando los instrumentos gráficos no sirven por sí solos, Curto usa directamente el poder gráfico de la palabra, plasmando sobre los objetos títulos de grandes discos o libros. Abundan los nombres propios (Neil Young, Buffalo Springfield, The Birds, Gram Parsons, Hank Williams) que son otros tantos homenajes. Debe haber una complicidad generacional en la mirada del espectador. Surgen Burroughs o Keroauc de una esquina. Wenders espera en la siguiente.
La fascinación por los grandes vehículos, que el artista fotografía incansable, trocea, pinta o recrea convertidos en auténticas esculturas rodantes, es otro referente de primera magnitud de su periplo americano. Un destartalado Mustang del 65, una vieja camioneta Chevy del 78, elevadas al altar metálico de las creaciones artísticas. Barrocamente decoradas, reparadas una y otra vez, con cientos de miles de kilómetros en sus ruedas, los vehículos son un soporte móvil de las historias "de un país extraordinario, contradictorio, pero pleno de vida", señala el autor.
Curto expuso en 2002 en galerías de Roma, Basilea, Madrid, Salamanca y Guanajuato.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 17 de enero de 2003