Estudio de H. M. Kasparián. Revista española Jaque, 1962.
En los ejércitos de la antigüedad, los elefantes hacían las veces de los modernos tanques. Su impresionante volumen y su fuerza los convertían en un arma tremenda, y así lo reflejó la horrorizada sorpresa de los romanos cuando el caudillo cartaginés Aníbal Barca los derrotó cuatro veces consecutivas -Tebio, Tessino, lago Trasimeno y Cannes- colocando al frente de sus huestes varias filas de elefantes. El ajedrez, reconstrucción de la guerra sobre un tablero, recoge la memoria de los viejos elefantes al bautizar una de sus piezas como "alfil", término que proviene del árabe "el fil", que significa, precisamente, elefante. El presente estudio de Kasparián ilustra la fuerza del par de alfiles, que aplastan al rey adversario como lo hacían los elefantes de la antigüedad. Las negras amenazan 1... Te8, ganando el alfil de e1, de modo que la primera jugada es 1 Ah4 j. 1... Re3 es la mejor retirada, pues evita ulteriores jaques y aproxima el rey a la casilla f5, que será fundamental. Sigue entonces 2 Ad5!, y ahora no sirve 2... Ta6 j. / 3 Rb7, T - h4 / 4 g7 y, según afirma el autor, el final de dama contra rey, torre y peón está ganado en este caso; habrá que creerle. Las negras, entonces, juegan 2... Te8 j.! / 3 Rb7, Te7 j. / 4 Rc6, Tg7 (forzada ante la amenaza 5 Af7) y después de 5 Af7, Re4 la posición parece tablas sin más trámite: ¿cómo harán las blancas para evitar que su rival juegue 6... Rf5 y 7... T - g6, con empate automático? El poder mortífero de los alfiles da la respuesta: 6 Ad2!! (amenaza ganar con 7 Ah6) 6... Rf5 / 7 Rd5!, T - g6 / 8 Ae6 mate. Un final paquidérmico.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 18 de enero de 2003