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Crítica:

Caín y Abel, en Argentina

La vida de una familia húngara emigrada a Argentina es el ambiente en el que se desarrolla la nueva obra de Kalman Barsy. Una novela corta, dividida en 13 módulos independientes y de lectura intercambiable, en la que se desarrolla el conflicto soterrado entre dos hermanos.

Nacido en Budapest en 1942 y emigrado a Argentina en 1949 con su familia, Kalman Barsy, actualmente profesor de literatura en la universidad de Puerto Rico, es un autor inmerecidamente poco leído en España, pese a haber publicado aquí algunas de sus novelas: Verano (Grijalbo-Mondadori, 1965), Amor portátil (Grijalbo-Mondadori, 1966, y Alfaguara, 1989) y Naufragio (Edhasa, 1988). Quizá la dispersión editorial de estas publicaciones explique el escaso conocimiento de sus obras por parte del lector. Pero, sea como fuere, la aparición de su último libro, La cabeza de mi padre, brinda al público la ocasión de subsanar este descuido.

Novela corta "en 13 módulos" -como la califica el subtítulo- independientes y de lectura intercambiable, La cabeza de mi padre es una crónica de la vida cotidiana de la familia Benedeck, una familia húngara emigrada a Argentina, cuyos miembros principales son: Zoltán Benedeck, el padre, inventor de vocación irrealizable en el exilio; una madre que empuja a sus hijos -Laci y Atila- a la integración a la nueva sociedad en que viven y cuya única fuente de felicidad es cocinar los platos del Délvidék, región del sur del Imperio austro-húngaro de donde es oriundo el padre de familia, y los dos hijos mencionados: Atila, el narrador, y Laci, el mayor, el preferido del padre, caído en su lucha política en el periodo negro argentino, y mitificado posteriormente en el recuerdo del grupo familiar.

LA CABEZA DE MI PADRE

Kalman Barsy Pre-Textos. Valencia, 2002 116 páginas. 13 euros

Aunque, a decir verdad, la historia de dicha mitificación -nervio sentimental de esta historia- se inicia ya mucho antes, debido a la descarada predilección que Laci logra despertar en los adultos ya desde la infancia en detrimento de Atila, relegado al papel de segundón pese a ser, primero, un niño dócil y estudioso; un adolescente dócil y sacrificado, después, y un hijo que, ya adulto, relevará a Zoilo Benedeck en su papel de cabeza de familia. Empapada de una atmósfera aparentemente bondadosa, que remite al lector a aquellas memorables historias de William Saroyan, y de la ambigua alegría de los cuentos de Isaac B. Singer, La cabeza de mi padre ahonda, con pasmosa sencillez y una dureza casi angélica, en los contradictorios sentimientos que unen a los miembros de una familia, en la que los lazos de afectos, por muy sinceros que sean, no eximen que se repitan en su seno desgarros que, como la historia de Caín y Abel, persiguen a los hombres desde su aparición sobre la tierra.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 18 de enero de 2003

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