Cuando yo nací, mi madre, que era muy aficionada al baloncesto y deseaba verme hecho una figura de este deporte, profetizó que yo alcanzaría el 1,90 metros de estatura como mi abuelo y triunfaría en el mismo. Lamentablemente se equivocó. Es cierto que si bien al comienzo de mi desarrollo físico éste prometía, cuando terminó mi pubertad me quedé corto de talla y preferí el fútbol, que practiqué en el colegio sin pena ni gloria. Sentí mucho causarle esta decepción, pero es algo que ocurre con mucha frecuencia. Crecemos lentamente, tanto en estatura física como mental y a partir de cierto momento se inicia nuestro declive. Dice Francisco Umbral, a quien admiro mucho como escritor, en uno de sus últimos artículos que José María Aznar crece cada día en "experiencia, poder y sabiduría". Creo que el Sr. Umbral, cuyo dominio del lenguaje le permite, con brillantez, un día elevar a un personaje a los altares y poco después bajarlo poco menos que al infierno, en este caso da muestras de buen corazón. Aunque es cierto que los elogios que esta vez hace a nuestro presidente se podrían aplicar a cualquier otro ciudadano, en otra actividad, en cualquier momento maduro de su vida profesional. Pero muchos españoles, inclusive entre sus votantes, estamos teniendo últimamente la impresión que el Sr. Aznar no sólo ha dejado de crecer físicamente si no también como político.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 18 de enero de 2003