Selecciona Edición
Selecciona Edición
Tamaño letra
COLUMNA

Aznar, el guiri americano

Algunos personajes poseen el don de aparecerse como las vírgenes del vaticinio y la ventura de una genealogía inexplorada y deslumbrante: José María Aznar, en un juego de efectos especiales, se nos ha revelado hijo de bilbaíno y nieto de navarro, en medio de su corte de cárceles y paradas militares. Sin embargo, la gran revelación está aún por publicar. Los más audaces adivinos, tras examinar indicios y restos orgánicos, insinúan ya un desenlace fastuoso para el estadista español: los vínculos parentales de José María Aznar con el linaje de los inquilinos de la Casa Blanca datan de los tiempos de George Washington: George Washington era cuñado de un primo de unos Aznar, pastor de ovejas en el condado de Westmoreland. Y si bien tan dudosos lazos familiares no le permiten presentarse ni a las elecciones de sheriff; ni la talla, alistarse de gastador de marines; su belicosidad de cruzado tampoco le impide sentar plaza de furriel en las tropas, que se apresuran a devastar Irak. Aznar no es, aunque le pese, el amigo americano, pero sí puede llegar a ser el guiri americano de las Naciones Unidas.

Esta circunstancia explica la lealtad y la sumisión de la sangre, y la fiebre de José María Aznar, que le lleva a preferir un régimen presidencialista y una invocación santurrona, a nuestro sistema parlamentario. Aznar abomina de los poderes democráticos, de la cámara de diputados, de las instituciones autonómicas y de la soberanía del pueblo, que consagra la Constitución. Sin necesidad de apelar a la demoscopia, cualquiera sabe que la mayoría de nuestra gente se opone a los tambores de guerra, a los que el presidente imprime un redoble irresponsable. Que dote a Federico Trillo de un poderoso detente y que lo envíe al Golfo. Ni nuestro suelo ni nuestros soldados están al servicio del Pentágono, en esta locura histórica, propia de matones a sueldo, de salteadores de petróleo, de bravucones sin escrúpulos. No al pillaje, ni a la masacre, ni a la barbarie. Que le vayan dando el pasaporte, de una vez, al insoportable guiri americano.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 22 de enero de 2003