En su libro Telefauna ibérica, el crítico Ferran Monegal cuenta que, en 1993, Ana Botella fue entrevistada en televisión y que, al referirse a Carmen Romero, esposa de Felipe González, dijo: "No veo estético ser esposa del presidente y a la vez diputada". Los remilgos estéticos ya son historia, y el miércoles, la esposa de José María Aznar aceptó la invitación de Carlos Dávila para ser entrevistada en El tercer grado, que no cumplió las expectativas que sugiere su amenazante nombre.
En el plató, casualmente azul, Dávila y Botella protagonizaron un publirreportaje disfrazado de entrevista. Informativamente, la presencia de Botella estaba justificada y era coherente con el obsceno despliegue mediático que ha jaleado el anuncio de su candidatura a concejala por Madrid. Televisivamente, en cambio, el diálogo fue inconsistente y desganado. Botella no demostró haber aprendido mucho desde que, en 1994, protagonizó sus comentarios en el informativo de Luis Mariñas en Tele 5.
El tercer grado no se caracteriza por su dinamismo. La severidad del plató suele propiciar declaraciones de esas que, al día siguiente, reproducen los periódicos. No será el caso: los medidos centros que Dávila le hizo a Botella para que la candidata pudiera rematarlos a placer ni siquiera lograron acercarse a la meta. Ambigua y dispersa en sus respuestas, recitando la lección de carrerilla, Botella sólo conseguía relajarse cuando Dávila le formulaba sus poco espinosas preguntas, momento que aprovechaba para lucir una sonrisa bastante más agradable que la de su marido, avinagrada por los guetos identitarios.
Casi toda la entrevista se centró en cuestiones sociales: atención a los ancianos, ayudas a la familia, recursos para los marginales. Botella soltó su discurso sereno y escandalosamente electoralista, pero fue una exposición fría, distante, como de trámite, e incluso dio la impresión de que no estaba concentrada. Dávila parecía darse cuenta de la situación y, quizás por eso, introdujo comentarios como: "¿Y en casa, han hablado alguna vez de...?", y, a continuación, el tema de rigor. La idea de Aznar y Botella velando por nuestro bienestar mientras se fríen lejanas croquetas fue lo mejor del programa. Lástima que no incluyeran imágenes que dieran fe de que la familia que hace política unida permanece unida.
[El tercer grado fue seguido el pasado miércoles por una media de 976.000 espectadores, con un 6,2% de cuota de pantalla].
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 24 de enero de 2003