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Crítica:POESÍA

Niebla sobre la nieve

Los versos de este libro constituyen un tratado de la luz en el que Antonio Méndez Rubio (1967) ensaya una poética de la pureza por su desnudez esencialista.

Por bien armado que esté el pensamiento especulativo de un autor, sus poemas se erigen con la fragilidad aparente de una torre de cristal craquelé. Entre las calidades teóricas y las poéticas sólo hay una vinculación ocasional y azarosa, sin que quepa exigir una continuidad esencial entre ambos tipos de creación. Antonio Méndez Rubio, el autor de Trasluz y, más atrás, de otros libros poéticos como El fin del mundo y Un lugar que no existe, es un estudioso de la comunicación que milita entre quienes combaten la papilla ideológica del pensamiento débil, contra el que luchan no escudados en la trinchera de los viejos dogmas sino sobre la precariedad de un nuevo humanismo aún en construcción. Ello por no abundar en su conexión con el colectivo Alicia Bajo Cero, cuyos análisis de la poesía actual cuestionan el conservadurismo cultural dominante, y arrastran un lastre doctrinario que destaca tanto por el esquematismo de su formulación como por su radicalidad ideológica.

TRASLUZ

Antonio Méndez Rubio Calambur/Editora Regional de Extremadura Madrid, 2002 80 páginas. 9,61 euros

Pero, según se ha dicho, todo eso es harina de otro costal. Al cabo, ya conocemos la neutralidad moral de la "obra bien hecha", que por sí sola no garantiza ni la bondad ética ni la excelencia artística. Y, sin embargo, en los ensayos de Méndez Rubio hay un prurito de honestidad que se percibe también en los poemas de este libro, un tratado sobre la contemplación sin excrecencias anecdóticas y con los nervios conceptuales bien visibles, alguna vez peligrosamente cerca de la logomaquia. Contemplación, en efecto; aunque no aplicada a eso que llamamos realidad exterior, sino objeto ella misma que busca enajenarse: el alba es "luz exenta de luz, o de sí misma, / queriendo desaparecer. Precisamente / donde el lugar, allí, / llegaba el alba". Una pureza mineral y una frialdad acerada destacan en estos versos a la intemperie, heptasílabos muchos de ellos, dispuestos en poemas enjutos y de andadura breve, muy medidos en el vuelo de las imágenes y sin cosquilleos efectistas.

En El elogio de la sombra, ponderaba Tanizaki las ventajas de tamizar la luz para poner sordina al grito chillón de la evidencia. Aunque en sentido contrario, este elogio de la luz ha plantado su tienda en el silencio y el orden: un reclamo de pureza en un mundo enseñoreado por el ruido.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 25 de enero de 2003

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