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Crónica:FÚTBOL

La Real, como y cuando quiere

El Atlético luce un fútbol correcto, pero se estrella ante un campeón de invierno incontestable

Invitado por la Real, el Atlético reunió minutos de posesión hasta hartarse. Una novedad que los rojiblancos resolvieron de forma correcta, moviendo la pelota con paciencia, buscando los costados y arrancando unos cuantos centros sobre el área. Todo muy académico, muy formal, muy de libro. O sea, todo como, en realidad, no le gusta. El Atlético necesita vértigo. Inyectarse a la afición en vena y armarse de pasión y velocidad. Encenderse y buscarle las vueltas al rival por sorpresa y a toda pastilla. Tener menos el balón, en definitiva, y más espacios para jugar a la contra. Pero la Real, que va de lo mismo, no le dejó.

ATLÉTICO 1 - REAL SOCIEDAD 2

Atlético: Burgos; Contra, Santi, Coloccini, Sergi; Emerson, Albertini; José Mari, Correa (Jorge, m. 70), Luis García; y Fernando Torres (Movilla, m. 78). Real Sociedad: Westerveld; López Rekarte, Kvarme, Schurrer, Aranzabal; Xabi Alonso, Jauregi (Aranburu, m. 46); Tayfun, Nihat, De Pedro (Khoklhov, m. 77); y Kovacevic (De Paula, m. 85). Goles: 0-1. M. 47. De Pedro centra raso desde la izquierda, los defensas del Atlético se quedan parados y Tayfun marca desde cerca. 1-1. M. 49. Correa manda el balón al hueco, por donde se desmarca Luis García, que entra en el área y larga un buen zurdazo. 1-2. M. 63. López Rekarte, por la derecha, supera a Sergi y centra templado desde la línea de fondo para que Kovacevic se adelante a Santi y cabecee. Árbitro: Pérez Burrull. Amonestó a Contra, José Mari, Albertini y Kvarme. Unos 45.000 espectadores en el estadio Calderón. En el minuto 32, Westerveld desvió a córner un penalti lanzado por Correa.

Jugó el líder ordenadito, acumulando gente por detrás de su brújula, Xabi Alonso, y muy tranquilo. Muy seguro de sus armas, sin importarle demasiado la cercanía del enemigo por las inmediaciones. Jugando aparentemente con fuego, porque el Atlético arañó media docena de buenas ocasiones, pero sintiéndose dueño de la situación.

El Atlético nunca le sorprendió descolocado, sin personal para dedicarse a la tarea defensiva, en la que colaboraban Nihat y hasta Kovacevic si era preciso. Pero sus ataques tampoco le pillaron jamás escaso de gente. El líder defiende con todo y ataca con mucho, con al menos cuatro soluciones claras por delante que darle a Xabi Alonso, un medio centro decididamente extraordinario. Tiene a su equipo metido en la cabeza, sabe en todo momento y con exactitud la ubicación de cada uno de sus compañeros y hacia dónde se van a mover. Sus pases abarcan todo el campo. O sea, un filón para un equipo que se recoge y se despliega a una velocidad imposible. La Real recorre y recorre kilómetros, no se cansa. Además lo hace con una organización escrupulosa, casi militar, que convierte sus contragolpes en un arma letal. Y casi siempre juega de primera. Toca y se mueve, ése es el secreto del inesperado líder de la Liga española.

Del cuadro de la primera mitad -el mando del Atlético, viviendo en el campo del rival; el rigor defensivo de la Real, su ambición a la contra- salió un reparto equilibrado de oportunidades de gol. Y fue a balón parado, en ambos casos, donde apareció la mayor carga de peligro. Con un penalti fallado -que no era- y un tiro al poste (Albertini) por el bando local y un remate al larguero (De Pedro) por el visitante.

Como si estuviera programado, la Real salió en el segundo periodo más predispuesta a llevar la iniciativa. 'Llegó nuestra hora', pareció decir con los metros que le ganó a su planteamiento. 'Ésta es la nuestra', se dijo para sí el Atlético, convencido de que la Real se descubriría y le enseñaría unos cuantos huecos por donde colar su contragolpe. Pero tenían más razón los planes donostiarras. Se la dio la calidad de sus jugadores, cada vez más difícil de discutir.

Da la sensación de que la Real te la lía en cuanto se lo propone. Si es a la contra, mejor, pero si no, tampoco importa mucho. Incluso en ataques estáticos, con la defensa de enfrente en su sitio, se inventa agujeros. Ayer lo volvió a demostrar. Es fuerte y venenosa por cada uno de los puntos cardinales de su ataque. En la izquierda, tiene el guante de De Pedro, cuyos centros enroscados encierran tres cuartas partes de gol: 0-1. En la derecha, Rekarte enseña desparpajo para desbordar y centrar al área. Y allí, Kovacevic es un sabueso, un delantero con mayúsculas: 1-2. Es el yugoslavo un ariete a la vieja usanza, que lo remata todo y todo bien. Y los italianos, tan suyos, le dieron no hace mucho por perdido.

Entre media de los dos aguijonazos de la Real, el Atlético consiguió colar un gran gol, un zurdazo de Luis García. Pero su alegría no le duró. La Real estaba decidida a llevarse los puntos, el campeonato de invierno, el liderato. Y cuando lo logró, en cuanto Kovacevic puso su cabeza al servicio de la causa, volvió a su diseño inicial, el del falso conservadurismo. Mucha gente atrás -más si cabe que al inicio-, mucho orden y las mismas malas intenciones a la contra.

Ante la evidencia del fútbol práctico pero aplastante del rival, siempre superior aun sin parecerlo, el Atlético perdió fe. Intentó dar la vuelta al marcador, pero ya sin convicción. Incómodo con el fútbol académico al que le condenaba el rival, aun desarrollándolo con nota -gran partido el de Emerson-, y sin muchos visos de prosperidad. En medio de ese ambiente pesimista, del que se iba contagiando incluso la hinchada, Luis Aragonés hizo un arabesco de lo suyos y retiró a Fernando Torres por Movilla. Y la grada, aunque parecía dormida, le castigó el gesto con una sonora pita. Eran los últimos minutos, la fase en la que el Atlético sólo se podía agarrar a alguna genialidad imprevisible. O sea, al Niño. Pero Luis es Luis.

Así que la Real se dedicó ya a esperar a que el reloj le confirmara sus méritos. Ganó en el Calderón con toda justicia. Engañó al Atlético, le hizo creerse mejor y al mando, pero le venció como y cuando quiso. Es un líder sólido y fiable. Un equipo que se defiende con orden, y que luego, toca y se mueve, toca y se mueva. Y te mata.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 26 de enero de 2003