Vocación de servicio
Curiosa la curiosa vocación municipal que aturde a la familia Aznar de Botella. Josemari se presenta como aspirante último de la lista por Bilbao en las municipales y Botella de Aznar figura como tercera de la lista en las de Madrid, más segura, claro está, de ocuparse al fin de las minucias de asuntillos sociales en un ayuntamiento de tanto recurso. No se sabe si el yernísimo Tarik Agag se presentará como concejal por Melilla ni si su mujercita será alcaldesa electa de la Sierra de Guadarrama y sus territorios circundantes, aunque es público y notorio que Alonso de Aznar y de Botella se prepara a conciencia para ocupar concejalía con posibles en alguna pedanía ibicenca. La proliferación de Moncloas a escala -un tanto a la manera de las cajas chinas- será el recurso elegido para perpetuar la conservación política de la estirpe.
Engañar al que no sabe
El lugar de Berlanga en la historia del cine español es de tal envergadura que sería penoso que el maestro lo enturbiara en los últimos años de su carrera. Cierto es que sabe cuidar su patrimonio como pocos, pero también lo es que se ha rodeado de sujetos resueltos a edificar el suyo propio a sus expensas. El informe de la Academia del Cine sobre el presente y el futuro de la producción cinematográfica española es lo bastante desalentador como para desdeñar la ingenuidad interesada de que basta con construir grandes estudios -con oceanográfico incorporado- para relanzar una industria que no cuenta entre sus carencias el déficit de escenarios de rodaje. Así las cosas, cualquiera más interesado en la producción de películas que en el negocio de las cementeras debería declinar su colaboración en un asunto de apariencia tan turbia.
Bocazas en campaña
En campaña electoral vale todo para quien todo vale en no importa qué circunstancias, pero sólo el provinciano valencianero de derechas alardea de proyectos en su cartera de negocios que habrán de ser la envidia europea y modelo del mundo internacional. No parece, sin embargo, que el vecindario tenga el menor interés en ser envidiado por los residentes de la exclusiva Malibú californiana. Le bastaría con no ser agredido por aceras erizadas, ser atendido como la dignidad manda en su ambulatorio, pasear por la ciudad vieja sin regresar a la posguerra, disponer de un festival de cine llevadero, alquilar una vivienda menos costosa que el sueldo, ver en su tele algo distinto de las trompas del nieto del Generalísimo en Tómbola, pocholos. ¿El arte de lo posible? En manos de esta gente, la política se ha convertido en un alarde de imposibilidades para situar siquiera los problemas que abruman a la gente de a diario.
Cargada de futuro
Más allá de razonables polémicas locales, es una suerte para los jóvenes haber compartido un par de estimulantes horas con el poeta -y sabio- Francisco Brines en la Biblioteca Valenciana, donde el autor de los poemas más espléndidos que aquí se han escrito desde Ausiàs March, en lo que afecta a la ubicación territorial del arte más altivo, invitó a su auditorio a no perder de vista la intensidad en la vivencia de sus días. Ocurre como con casi todo lo que importa a la desventura humana, que bien expuesto y razonablemente explicado no puede menos que despertar el entusiasmo. La duración de ese climax puntual en la vida de a diario dependerá del usuario. Pero nadie podrá decir que Brines, en el esplendor de un ocaso obligado a respetarlo, desdeña la incitación transversal de una lectura, poética o no, que nos lleva de la intensidad de lo vivido a la exactitud de lo expresado. La veracidad -incluso poética- todavía es revolucionaria. Y mira que es ya invocación casi inútil.
El teatro quevos matáis
Cierto que la posición de Espai Moma entre las salas escénicas privadas es de privilegio, pero eso no basta para desdeñar el acierto -y el riesgo- de dedicar su temporada a un hueso tan duro de roer como Harold Pinter, un dramaturgo de la palabra de cuando el teatro iba en serio y todavía no se había convertido en refugio de una pandilla de ingeniosos con su oficio al servicio de la taquilla. Es curioso que la poesía, por definición, desista de una degradación de esa clase, que la pintura todavía preserve alguna dignidad, que el cine ofrezca dos o tres nuevos talentos cada temporada mientras refuerza a los ya existentes, y que incluso el nivel medio de la narrativa se mantenga en un cierto decoro. Es posible que en los últimos diez años el teatro se haya dejado llevar cuesta abajo más que otras manifestaciones estéticas del alma. Por eso conviene saludar con respeto el rescate del enorme Harold Pinter.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 27 de enero de 2003