El fuego laborioso hace de oro
sus escamas tupidas, y ya es
una rosa de ascua.
La socavan las llamas impacientes,
la acometen sus lenguas codiciosas,
y cede aquí, de su tesoro, espléndida,
un pétalo de plata.
Se deshoja despacio,
se va abriendo con tiempo
a esa primavera de su quiebra.
Y cuando se diría
que fuese a derrumbarse, porque cruje
la prieta arquitectura,
sobrelleva el embate, aunque ya es
una rosa apurada.
Luego un pequeño toque bastará.
Una lengua muy fina hallará paso
hasta su recoveco,
y, apenas con soplar, romperá el sello
de su cámara íntima. Y entonces
se desmoronará de golpe, súbita,
la estructura completa. Pero ve
cómo resiste aún la vieja ruina,
ese abrasado corazón, tan tuyo,
porque es ceniza, y arde.
Miguel Ángel Velaco (Mallorca, 1963) es autor de cuatro libros de poesía: El sermón del fresno (Pamiela), El dibujo de la savia (Lucina), La vida desatada (Pre-Textos) y La miel salvaje (Premio Loewe 2002, de próxima publicación en Visor).
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 1 de febrero de 2003