La segunda vuelta de la Liga arrancó con la primera derrota de la Real Sociedad. No fue una derrota cualquiera. Recibió tres goles en San Mamés, donde el Athletic maquilló sus numerosas carencias con un tremendo ejercicio de coraje. Es su receta en los malos tiempos, y estos lo son. Con su fragoroso estilo alimentó un partido extremadamente incómodo para la Real, que se enredó en el cuerpo a cuerpo. Partido brusco, sin concesiones, emotivo por la situación de los dos equipos y porque los derbies son así, partidos de alguna trascendencia por el resultado. El Athletic alivia su situación y la Real se enfrenta a las consecuencias de la derrota. Llegó a San Mamés con la razonable posibilidad de abrir un hueco considerable sobre el Madrid; salió con la ventaja recortada y con otro temible perseguidor: el Valencia.
El Madrid estuvo en la lona, pero salvó los muebles en Montjuïc. Su primera parte fue un desastre. Jugó como si no le fuera nada en el partido, una especie de prolongación de lo que sucedió en la Copa frente al Mallorca, pero esta vez con todas las figuras en el equipo. El Espanyol se adelantó con dos goles y pareció ganador del encuentro. Sin embargo, las figuras lo son por algo y lo demostraron en el segundo tiempo. Marcaron Roberto Carlos y Figo en dos espléndidos remates que encontraron alguna colaboración de Toni, el portero del Espanyol. De nuevo apareció el Madrid discontinuo, muy capaz de entregar los partidos a sus rivales y exigirse después un esfuerzo homérico para reparar los desperfectos.
La jornada recuperó al Valencia de la última temporada, el que marcaba goles con usura. Marcaba pocos, pero ganó el título. Aquí vuelve para amenazar la carrera por el título de la Real y el Madrid. En la distancia aparece el Deportivo, vencedor en el Villamarín. Parece que las cosas están bastante claras en la cabeza de la clasificación. Es en el furgón de cola donde hay un lío de impresión. El Barcelona prosigue su lamentable coqueteo con el descenso. Suena a herejía porque es el Barça y porque es algo que jamás se ha consumado, pero la sensación de desplome es cada vez más inquietante. Ahora llega Antic como un parche. Es cierto que el equipo está mal y que no tiene demasiados recursos, pero la raíz de los males está en otro lado, en la negativa de Joan Gaspart a aceptar el fracaso de su gestión en el Barça y en su patético empeño en mantener una situación podrida.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 3 de febrero de 2003